miércoles, 9 de mayo de 2012

Una de vampiros


Hay años que no se está para nada. Ni las personas ni los pueblos. Se suma una alergia primaveral, una crisis económica, un trance político y se entra directamente en un drama semejante al final de La Dama de las camelias, malaventura en estado puro. Miras alrededor y todo anuncia tormenta, hay una tensión  malsana en el aire, a punto de estallar y nuestra esencia vital se nos escapa a chorros. Sin duda algún vampiro nos acecha, no a la búsqueda de nuestra sangre sino de nuestra energía.

A los vampiros modernos se les reconoce fácilmente; suelen tener cierta prestancia, aunque a veces y según que circunstancias, les falla el aliño indumentario; son habladores natos y monotemáticos (ellos y sus intereses en particular); nunca están cuando se les necesita, si bien parecen tener la solución a todos los problemas; se consideran imprescindibles y están convencidos de que nadie les iguala; aparentan ser  generosos, tolerantes, dialogantes, pero en cuanto te descuidas, asoman los colmillos y nada te salva de la dentellada feroz directamente a la yugular.

Los vampiros modernos tienen sin embargo en comparación con los clásicos algo que los asemeja, y es su rechazo a la luz; en cuanto se les enfoca con un poco de pericia con la verdad, la honestidad o el bien hacer, se descubren sus mentiras, sus trapicheos, sus artimañas… Y cómo los clásicos, suelen deshacerse en un montón de polvo.

Hay años que no se está para nada, pero a veces una mañana al leer el periódico, se encuentra la diferencia entre un vampiro energético que paraliza lo que toca y algunos hombres buenos.

Addenda: La Oreja verde ( por la idea para el comentario)

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