lunes, 22 de septiembre de 2014

Reflexión sobre un ministro cesante

Alberto Ruíz-Gallardón Jiménez, fue durante algún tiempo, la gran esperanza blanca-nada que ver con Aguirre- de la derecha española. Tenía ese je ne sais quoi, elegante y mundano que enloquecía por igual a jóvenes casaderas, madres ansiosas de tal yerno y gente guapa de la política de su partido, que buscaba un candidato con carisma a años luz de tirantes, bigotes cabreados y olor a caspa y naftalina sangrientas, ocultas en los armarios de la historia. Era un muchacho con carisma que prometía y al que llegó a cortejar algún sector de la izquierda, pesarosa de no tenerlo en sus filas.

Gallardón –la segunda parte de su primer apellido era más popular y hasta le caía como un guante- había acumulado una trayectoria nada desdeñable tanto didáctica como política: ex alumno de los Jesuitas, carrera de leyes, brillante opositor y joven promesa de Alianza Popular. Su escalada de posiciones en medio de aguas turbulentas, le llevarían a sus logros más destacados, la presidencia de la Comunidad de Madrid y la alcaldía de la capital. Un carrerón sin lugar a dudas, suficiente para favorecer el ego de cualquiera, mientras trajinaba entre amigos, enemigos y compañeros de partido, saliendo bastante bien librado de meteduras de pata olímpicas (las deportivas y las otras).

Pero a veces las complejidades del juego político se revuelve en decepciones y agravios con Grandeza de España, por un quítame allá un puesto de número 2, bajo la sombra protectora del líder. Es lo que tienen los desengaños; a alguien le hacen una crítica feroz de unas acuarelas, le cierran el camino del arte y acaba invadiendo Polonia; a Ruíz-Gallardón, el disgusto de no ser la mano derecha de Rajoy y su sucesor natural, le pusieron en el punto de mira de quienes le acusaban de progresista y veían con temor su escalada afirmando “que no creo en la política ni de las encuestas ni del progresismo”-la condesa de Bornos dixit-. De todas formas salió bien del paso y se vio convertido en diputado del Congreso y Ministro de Justicia.

La entrada en la cincuentena no le ha tratado bien y le está dando un aire fondón, anclado en la España de cerrado y sacristía, enrocado como algunos preclaros miembros de su partido, en la idea de que sólo él tiene razón y todos los demás están equivocados. A veces lo he imaginado en medio de un orgasmo mental, al creer que la conspiración judeo-masónica sigue viva y le ha elegido a él como centro de protestas; un estremecimiento de placer debió recorrerle al ver la “marea violeta de Madrid” y sentir las voces de París, Londres y Estambul, que coreaban su nombre, mientras soportaba con estoicismo la incomprensión y los insultos de “las fuerzas pseudo progresistas”. El señor ministro de Justicia fuera de la mujer madre o santa, considera a las mujeres que le llevan la contraria, peligrosas adictas a la libertad de expresión y a la soberanía popular; es lo que tiene ir ascendiendo peldaños envuelto en aromas de la Plaza de Oriente.

Dispuesto a redimir cualquier sarpullido progresista de juventud, se empeñó en cumplir el único punto del programa electoral presentado por el PP, referido al aborto y conseguir que dijeran la verdad en algo; aunque vaya en contra de 8 de cada 10 miembros de la ciudadanía de este país, entre los que se encuentran muchos votantes de su partido. No es extraña pues la diarrea mental que arrastra y que le llevó no hace mucho tiempo en  Valladolid, a citar a Delibes, diciendo “que lo más progresista es defender siempre al más débil”, olvidando que el mejor prosista en lengua castellana, hablaba de las personas oprimidas por una España que ya Antonio Machado había definido como…zaragatera y triste, devota de Frascuelo y de María…, y que el escritor vallisoletano, tan bien describió en algunas de sus obras. En todo caso dudo mucho que de poder viajar en el tiempo, Ruíz-Gallardón estuviera del lado de los Santos Inocentes; lo veo más, suelto de gatillo, en una jornada de caza con el señorito, y muy lejos de Paco el Bajo o Azarías y su milana bonita. Especialmente si se recuerda una frase campanuda que pronunció hace tiempo: prefiero la injusticia al desorden, porque este país necesita más del orden que de la justicia.

Quizás imbuido de esa frase, Ruíz Gallardón haya tenido la sensación de poseer un poder omnímodo, pero desde luego no ha sabido jugar sus cartas. Corre por ahí el rumor de que puso a Mariano Rajoy, entre la espada de su dimisión y la pared de la Ley del Aborto... Mala estrategia para aplicarla sobre un jefe de gobierno que divide sus estrategias entre “problemas que el tiempo ha resuelto” y “problemas que el tiempo resolverá”. Ruíz Gallardón era un problema desde hacía tiempo (y no sólo por la ley del aborto) y Rajoy ha decidido pasarle de una carpeta a otra, a ver si logra salvar los muebles, pero mucho me temo que esta vez el problema se le ha ido de las manos, como muchos otros últimamente. El gen gafe del señor Rajoy. 

Decía Miguel Delibes que “la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad”. Alberto Ruíz Gallardón,  creo que encaja como un guante en esta cita. Presentada la dimisión y abandonando la política como dice que hará, supongo que retornará a su puesto de fiscal en la Audiencia Provincial de Málaga, del que llevaba en excedencia desde 1983. Espero que aplique en su tarea, más la justicia que el ordeno y mando. Quizás sea el momento para comprobar el aforismo y confirmarlo: la luz viaja más rápido que  el sonido. Por eso mucha gente parece brillante hasta que la oyes hablar.


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