Alberto
Ruíz-Gallardón Jiménez, fue durante algún tiempo, la gran esperanza blanca-nada
que ver con Aguirre- de la derecha española. Tenía ese je ne sais quoi, elegante y mundano que enloquecía por igual a
jóvenes casaderas, madres ansiosas de tal yerno y gente guapa de la política de
su partido, que buscaba un candidato con carisma a años luz de tirantes,
bigotes cabreados y olor a caspa y naftalina sangrientas, ocultas en los armarios
de la historia. Era un muchacho con carisma que prometía y al que llegó a
cortejar algún sector de la izquierda, pesarosa de no tenerlo en sus filas.
Gallardón
–la segunda parte de su primer apellido era más popular y hasta le caía como un
guante- había acumulado una trayectoria nada desdeñable tanto didáctica como
política: ex alumno de los Jesuitas, carrera de leyes, brillante opositor y joven
promesa de Alianza Popular. Su escalada de posiciones en medio de aguas
turbulentas, le llevarían a sus logros más destacados, la presidencia de la
Comunidad de Madrid y la alcaldía de la capital. Un carrerón sin lugar a dudas,
suficiente para favorecer el ego de cualquiera, mientras trajinaba entre
amigos, enemigos y compañeros de partido, saliendo bastante bien librado de
meteduras de pata olímpicas (las deportivas y las otras).
Pero
a veces las complejidades del juego político se revuelve en decepciones y
agravios con Grandeza de España, por un quítame allá un puesto de número 2,
bajo la sombra protectora del líder. Es lo que tienen los desengaños; a alguien
le hacen una crítica feroz de unas acuarelas, le cierran el camino del arte y
acaba invadiendo Polonia; a Ruíz-Gallardón, el disgusto de no ser la mano
derecha de Rajoy y su sucesor natural, le pusieron en el punto de mira de
quienes le acusaban de progresista y veían con temor su escalada afirmando “que
no creo en la política ni de las
encuestas ni del progresismo”-la condesa de Bornos dixit-. De todas formas
salió bien del paso y se vio convertido en diputado del Congreso y Ministro de
Justicia.
La
entrada en la cincuentena no le ha tratado bien y le está dando un aire fondón,
anclado en la España de cerrado y
sacristía, enrocado como algunos preclaros miembros de su partido, en la
idea de que sólo él tiene razón y todos los demás están equivocados. A veces lo
he imaginado en medio de un orgasmo mental, al creer que la conspiración
judeo-masónica sigue viva y le ha elegido a él como centro de protestas; un
estremecimiento de placer debió recorrerle al ver la “marea violeta de Madrid”
y sentir las voces de París, Londres y Estambul, que coreaban su nombre,
mientras soportaba con estoicismo la incomprensión y los insultos de “las
fuerzas pseudo progresistas”. El señor ministro de Justicia fuera de la mujer
madre o santa, considera a las mujeres que le llevan la contraria, peligrosas
adictas a la libertad de expresión y a la soberanía popular; es lo que tiene ir
ascendiendo peldaños envuelto en aromas de la Plaza de Oriente.
Dispuesto
a redimir cualquier sarpullido progresista de juventud, se empeñó en cumplir el
único punto del programa electoral presentado por el PP, referido al aborto y
conseguir que dijeran la verdad en algo; aunque vaya en contra de 8 de cada 10
miembros de la ciudadanía de este país, entre los que se encuentran muchos
votantes de su partido. No es extraña pues la diarrea mental que arrastra y que
le llevó no hace mucho tiempo en Valladolid, a citar a Delibes, diciendo “que
lo más progresista es defender siempre al más débil”, olvidando que el mejor
prosista en lengua castellana, hablaba de las personas oprimidas por una España
que ya Antonio Machado había definido como…zaragatera
y triste, devota de Frascuelo y de María…, y que el escritor vallisoletano,
tan bien describió en algunas de sus obras.
En todo caso dudo mucho que de poder viajar en el tiempo, Ruíz-Gallardón
estuviera del lado de los Santos Inocentes; lo veo más, suelto de gatillo, en
una jornada de caza con el señorito, y muy lejos de Paco el Bajo o Azarías y su
milana bonita. Especialmente si se recuerda una frase campanuda que pronunció
hace tiempo: prefiero la injusticia al
desorden, porque este país necesita más del orden que de la justicia.
Quizás
imbuido de esa frase, Ruíz Gallardón haya tenido la sensación de poseer un
poder omnímodo, pero desde luego no ha sabido jugar sus cartas. Corre por ahí
el rumor de que puso a Mariano Rajoy, entre la espada de su dimisión y la pared
de la Ley del Aborto... Mala estrategia para aplicarla sobre un jefe de
gobierno que divide sus estrategias entre “problemas que el tiempo ha resuelto”
y “problemas que el tiempo resolverá”. Ruíz Gallardón era un problema desde
hacía tiempo (y no sólo por la ley del aborto) y Rajoy ha decidido pasarle de
una carpeta a otra, a ver si logra salvar los muebles, pero mucho me temo que
esta vez el problema se le ha ido de las manos, como muchos otros últimamente.
El gen gafe del señor Rajoy.
Decía
Miguel Delibes que “la política es una tentación comprensible, porque es una manera
de vivir con bastante facilidad”. Alberto Ruíz Gallardón, creo que encaja como un guante en esta cita.
Presentada la dimisión y abandonando la política como dice que hará, supongo
que retornará a su puesto de fiscal en la Audiencia Provincial de Málaga, del
que llevaba en excedencia desde 1983. Espero que aplique en su tarea, más la
justicia que el ordeno y mando. Quizás sea el momento para comprobar el
aforismo y confirmarlo: la luz viaja más
rápido que el sonido. Por eso mucha
gente parece brillante hasta que la oyes hablar.
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