viernes, 13 de abril de 2012

El arte de destrozar una región


La política y el  teatro tienen a veces interesantes puntos en común.

Hace ya algún tiempo, Andrés Presumido presentó la versión española –o asturiana si se quiere- de una comedia que estrenada en el Royal National Teather de Londres había tenido un éxito arrollador y a la sazón se estaba representando en los mejores escenarios de todo el mundo. La obra, El arte de destrozar una comedia, cuenta la historia de una compañía bastante mediocre, que lleva a las tablas una infumable farsa titulada ¿Dónde tengo la sardina? El autor del texto original es Michael Frayn y existe también una versión para el cine de Peter Bogdanovich.

La gracia de la obra dirigida por Presumido, radicaba en que los espectadores veíamos en el primer acto el infumable vodevil que la mediocre compañía presentaba, en el segundo podíamos asistir a lo que pasaba por detrás, entre cajas, y la pésima relación entre los actores, y por fin, en el tercero, al caos originado por todo lo anterior. Desde luego el trabajo de actores y actrices era extraordinario, así como el esfuerzo físico y creativo.

Estos días El arte de destrozar una comedia ha vuelto a mi memoria, porque que me ha dado por pensar (tontunas que a veces se le ocurren a una) que pasaría si los asturianos hubiésemos podido asistir ya no digo desde Mayo del año pasado, sino desde comienzos de éste, a la puesta en escena de una farsa cómica, representada por Foro y PP, y luego, en un magnífico cambio de escenario, contemplar la realidad de lo que pasaba por detrás y el caos consiguiente al tratar de realizar la representación por encima de todo. Tendríamos un primer acto (un poco pomposo todo hay que decirlo) con promesas de sacrificios personales, compromisos sin interés, entrega hasta la extenuación, oferta de diálogo, colaboración en pro del bien común y defensas numantinas; el segundo acto, estaría repleto de acusaciones de traición e infidelidad, zancadillas, empujones, envidias cainitas, disposiciones de ordeno y mando, insultos y agravios; en el tercer acto, mascándose el desastre, habría tiempo para advertir las sonrisas forzadas, los silencios cómplices e interesados, el deseo de complacer al rival para salvar el pellejo y la falta de interés por el éxito de la representación. ¡Cómo disfrutaríamos los espectadores!, ¡que risas!, ¡que diversión!

Lástima que el teatro y la vida sean cosas parecidas en las formas pero muy distintas en el fondo. Lástima que unos mediocres personajes compongan una mediocre farsa titulada, No quiero dejar el sillón, detrás de la que se esconde la verdadera tragicomedia, El arte de destrozar una región.

Parafraseando a Groucho Marx, los protagonistas de esta historia, no saben como llegaron a brillantes políticos, pero en cualquier caso, se han ganado muy bien la vida durante años, haciéndose pasar por ellos.

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