sábado, 10 de marzo de 2012

Sobre el poder y la gloria

No voy a caer en la ingenuidad de pensar que la clase política –tomada así, en su conjunto- sea la representación de los ideales más elevados al servicio de la ciudadanía; pero tampoco voy a caer en la necedad de considerarla el recipiente de todos los males. Quizás la clase política –tomada así, en su conjunto- debería realizar al alcanzar cualquier cargo público, además del juramento o promesa a la Constitución y a las obligaciones de su cargo, un compromiso ciceroniano (por Marco Tulio Cicerón) que dijera, juro soportar la prosperidad con el mayor autocontrol y la adversidad con la mayor fortaleza.

Ahora que estamos metidos en periodo electoral, descafeinado, pero periodo electoral, convendría recordar a la clase política, que su actividad pública, debería ser un cursus honorum fruto del trabajo, la responsabilidad, el compromiso y la coherencia al servicio de la ciudadanía; una actividad pública donde la primera ley sería pedir a los correligionarios, colaboradores y subordinados, cosas honradas y sólo cosas honradas hacer por ellos.

Para ciertos personajes, esto es imposible. En los últimos meses hemos tenido buena prueba de ello en Asturias. Foro y Álvarez Cascos, son un ejemplo de libro: su trabajo se centra en la inmediata satisfacción de sus ambiciones; las consecuencias de sus actos, destruyan lo que destruyan, no forman parte de su responsabilidad más allá de conseguir lo que desean; su compromiso tiene vuelo corto porque llega hasta que hayan logrado tocar poder o puedan ampliar el que tengan… El egoísta, especialmente el egoísta político, se ama a sí mismo sin rivales. La avidez de dominio y de gloria es tan intenso, que disfrazará la verdad, manipulará la realidad, será incoherente y alardeará de ello, prometerá lo que no piensa cumplir y traicionará a sus compañeros de viaje.

Pero no es el único ejemplo. El PP ha entrado en una dinámica similar: ha laminado a la candidata de las elecciones de Mayo para cambiarla por una casquista reconvertida que con nuevos mentores y en la línea que las dirigentes populares utilizan para darse a valer (estilo Cospedal), será más dura que los más duros compañeros de partido e intentará ascender sin mirar lo que derriba o lo que pisotea. No debemos olvidar que la derecha en este país (incluidos los flecos más extremos) ha tenido siempre una doble moral en la vida pública y en la vida privada. 


Curiosamente, he encontrado en un libro de Helga Schneider, que leo estos días, un párrafo que sirve de perfecta definición: una fachada austera de rigor, orgullo, moderación y templanza, ocultaba abismos de desorden, fanatismo, soberbia…y una enorme sed de poder.

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