domingo, 5 de febrero de 2012

En memoria de Blanca Álvarez Pinedo

Hoy, el día gris y lluvioso aumentó su tristeza al leer en este periódico, la noticia del fallecimiento de Blanca Álvarez Pinedo, quien fue directora del Archivo de Asturias durante 25 años.

Decía John Ruskin que “la mayor recompensa de nuestro trabajo no es lo que nos pagan por él, sino aquello en lo que nos convierte”. Blanca Álvarez Pinedo se convirtió con su trabajo, ella que no tenía vocación para la docencia, en maestra de investigadores. El Archivo fue además su segunda casa y abierta y cercana con todos los que por allí pasaban, mostraba su especial atención con los asiduos que durante semanas ocupaban las mesas en callado trabajo, asesorando y ayudando en las dificultades. Su formación era extraordinaria pero lo era también su calidad humana.

Cuando en Septiembre le dieron la Medalla de Plata del Principado me alegré muchísimo, aunque quizás la de oro hubiera estado más en consonancia con la persona que logró contribuir a que buena parte de la memoria de nuestra región esté salvada y que luchó para que Asturias tuviera una dotación en fondos archivísticos y en instalaciones, de primer nivel; algo que le costó no pocos disgustos con una Administración cicatera, que primaba otras actuaciones más vistosas en un nivel político inmediato. Ni siquiera su jubilación la apartó de su segunda casa y no era raro verla por allí, consultando algo, interesada por trabajos y amigos.

En estos últimos meses, donde nuestra región ha vivido y está viviendo un espectáculo de egolatría de considerables dimensiones, donde se anuncia a bombo y platillo que se hace lo que no se hace, la muerte de Blanca Álvarez Pineda nos disminuye. Parafraseando a Carlyle, yo diría que el trabajo que Blanca Álvarez Pineda hizo de forma callada, constante, incansable, eficaz fue y será como un arroyo de agua que corre oculto en el subsuelo haciendo verde la tierra. Que ella le sea leve.

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