viernes, 3 de febrero de 2012

Bajar a las aulas

La educación pública ha sido en este país, desde la llegada de la democracia, el espacio para que todo grupo político llamado a gobernar quiera encontrar la cuadratura del círculo. O quizás sea todo mucho más sencillo: es igual que cuando ocupamos una nueva estancia de forma temporal (habitación de hotel, despacho, sala de reuniones…) y recolocamos a nuestro gusto los objetos que la decoran; los gustos estéticos de las personas son diversos.

En la educación pública ocurre lo mismo: lo que antes estaba a la izquierda se pone a la derecha, lo que estaba debajo se acomoda arriba, en el cartelito informativo (que sigue diciendo lo mismo) se cambia el tipo de letra y se buscan sinónimos… Cada vez que la persona del ramo toma posesión de la cartera, su primera decisión -quizás por reminiscencia de la escuela- es estrenar nuevos materiales sin pararse a valorar que los viejos puedan todavía servir, y sobre todo, olvida que lo importante es el contenido no el continente.

El señor Wert está entusiasmado con el nuevo curso aunque me parece a mí que va a tener problemas con algunas materias. Es lo que ocurre cuando preguntas a tecnócratas a los que les encantan las estadísticas y que sólo salen de sus despachos para obtener nuevas estadísticas; es lo que ocurre cuando te aconsejas de quien ve la libertad de enseñanza como una amenaza. O más sencillo que todo eso: el señor Wert es un tecnócrata que considera la enseñanza pública como una forma de control. El pensamiento intereconómico y la querencia por ese híbrido extraño denominado concertada, pesa mucho en el ánimo del nuevo ministro de Educación.

En todo caso, que yo sepa, nadie del ramo ha bajado a las aulas. Es decir, no se ha puesto en situación de preguntar a quienes saben de esto, al profesorado. Es triste pensar que este país tiene a personas sumamente expertas en necesidades, carencias, problemas y dificultades en la educación pública, personas con altos niveles vocacionales que se están formando de manera continúa, personas con una amplia experiencia que da el trabajo a pie de obra, y nadie del ramo se ha sentado sosegadamente a escucharlas.


El tecnócrata de turno es igual que el tecnócrata anterior pero con gustos estéticos distintos, cambia el orden de las cosas, los ítems, los baremos, los tantos por cientos,  y frunce el ceño ante la palabra maestro o profesor (también en femenino)… Ahora le da vueltas al término autoridad pública que intenta colocar como una medalla sobre un féretro, como un triste consuelo ante los errores cometidos; pero es un nuevo error. Los maestros y profesores (también en femenino) lo que desean es que su trabajo reciba el respeto de la sociedad y el generoso apoyo en recursos de los poderes públicos.

Si lo único para solucionar los problemas de la enseñanza en éste país, consiste en nombrar al profesorado autoridad pública, mal vamos; educar por métodos basados en el temor y  la fuerza, sólo consigue que se destruya la sinceridad y la confianza y tengamos personas disfrazadas de una falsa sumisión.

Educar es otra cosa; es formar con el conocimiento y la palabra, es convencer con el ejemplo y la coherencia.

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