lunes, 2 de enero de 2012

De Res pública y discursos navideños

Decía Winston Churchill que el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Pero mucho me temo, a pesar de que en Asturias y en España hemos elegido no hace mucho tiempo a nuestros gobernantes, que estamos lejos de tener estadistas.

La res pública tiene que tener algún placer escondido cuando tantos quieren llegar a dirigirla y desde luego los que están en ella toman a veces caminos extraños, cuando sus palabras deforman de tal manera la realidad que las víctimas se vuelven culpables y los culpables víctimas. Escuchar al Sr. Álvarez Cascos en su mensaje de fin de año, decir que todo lo que ha ocurrido y ocurre en Asturias es "fruto de los asturianos por no haber sabido estar a la altura de las circunstancias", es propio de alguien que se cree por encima del bien y del mal, como lo demuestra su discurso vacío, cargado de palabras grandilocuentes, usado para darnos una lección de como debemos ser los asturianos dirigidos por su docto magisterio. Un discurso donde no hay una sola palabra realista y coherente sobre un programa de gobierno que debería estar fresco y activo; un discurso donde toca de pasada el ocaso de las ideologías (muy del gusto de los neoliberales) y apenas disimula su inclinación hacia la tecnocracia, disfrazándola con unos toquecitos de tierra milenaria, fuego regenerador, patria común, orgullo de raza, senderos de gloria y servicio hasta la extenuación que destila un aroma a otros discursos de fin de año, un poco más lejanos. En momentos así no puedo dejar de pensar en Aldous Huxley cuando dijo que cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposo se vuelve su lenguaje.

Aquí la culpa de todo la tiene siempre la ciudadanía de a pie que debido a su mala cabeza y nefasta gestión, es quien debe soportar la congelación de sueldos, el salario mínimo al nivel de la miseria, el aguinaldo limosnero de una subida pírrica de las pensiones, la desesperanza del paro… Porque claro, la culpa de la crisis no la tienen los negocios bancarios e inmobiliarios, los especuladores financieros, los fraudes millonarios, las cuentas en lejanas islas, la desvergüenza y el robo a manos llenas; estas cosas son como las fiestas de cumpleaños, su éxito depende de como repartas el pastel, decorado con corona ducal o sin ella.


Quizás el problema de este país es que –como afirma una persona muy cercana a mí- nunca hemos subido a un rey al patíbulo. Bueno, una vez sí, pero fue hace más de 500 años, en efigie y por un rato y eso no cuenta. En este país fluctuamos entre frases risibles -¡vivan las caenas!- y frases dramáticas –prefiero morir de pie a vivir de rodillas-, pero luego, salvo algunos pulsos de fibra libertaria, los dictadores se nos mueren en la cama y dejamos que nos borboneen, bonita palabra que significa decir una cosa o la contraria según convenga; algo por cierto que desde Fernando VII para acá se ha mantenido con absoluta frescura y se ha extendido por la clase política, afanada en sus cuotas de poder y olvidando que sus sillones los ocupan como delegados y no como propietarios. Como decía Martín Luther King, nadie nos montará encima si no doblamos la espalda.

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