domingo, 19 de mayo de 2013

Después de mi, el diluvio

Con la primavera que estamos sufriendo, donde el agua ya no es que caiga de los cielos, sino que parece brotar de las profundidades y anegarnos, el título que antecede, me parece bastante apropiado para encabezar unas líneas de opinión sobre el proceso que vive el SOMA-FITAG-UGT, tras la renuncia a la Secretaría General de Fernández Villa.

José Ángel Fernández Villa, sin el que no puede entenderse la historia del SOMA y de las Cuencas Mineras, ha sido uno de esos dirigentes que a fuerza de estar en primera línea, en este caso de la lucha obrera, se ven incapaces de delegar en quienes les rodean, de confiar en sus compañeros de viaje y de facilitar -sin que haya que hablar por ello de un Delfín a la espera de la herencia- la formación de un sucesor.

La adicción al poder es un mal de casi imposible cura, incluso cuando el enfermo se retira a sus cuarteles de invierno, afirmando que su tiempo ha pasado pero convencido de que nadie puede sustituirle y debe seguir manteniendo las riendas bien sujetas, porque la alternativa es el caos; incluso aunque se hable de decepciones teñidas de traición.

Pero si mala es la adicción al poder, peor es la atonía de quienes se han mantenido a su cobijo, creando un círculo protector construido de elogios y adulaciones, sin asomo de crítica, sin energía para hablar con realismo, temerosos de perder el pan y la sal. Las elecciones a la búlgara, son de suyo poco saludables para la renovación y el fortalecimiento político o sindical, porque lo que producen son organismos fondones y poco ágiles, acomodados y sin fibra para afrontar los nuevos tiempos.

Lo que me llama poderosamente la atención, sin embargo, y dada la rapidez con la que se puso en marcha la sucesión de la Secretaría del SOMA, indicando que las posiciones estaban bien definidas, es cómo el proceso se ha complicado de una forma tan notable. Pero como dijo Antonio Gala, el poder es como el nogal; no deja crecer nada bajo su sombra. Y la de Fernández Villa es todavía muy alargada para que la persona que lo sustituya no quede oscurecida por ella. Eso y que tan larga dirección unipersonal -Comisión ejecutiva o no- ha producido demasiadas fidelidades y demasiadas desconfianzas, que enconan el debate entre el “no podemos” y “el no queremos”.  En el fondo, responden a los mismos estímulos que los herederos de cualquier legado, repartiendo el mismo tras la desaparición o la marcha de quien lo tuvo unido bajo un cetro poderoso o una mano férrea.


Lo que yo me sigo preguntando a estas alturas, es lo que realmente significa la frase, después de mi el diluvio, atribuida al rey Luis XIV; hay dos opciones: tras de mí el caos o yo me voy, arreglaros como podáis.  

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