Como historiadora, tengo eso que se llama
deformación profesional y según y cómo que circunstancias sociales y políticas,
soy propensa a los “déjà vu” o dicho en castellano de andar por casa, “esto me
suena”.
Estos días, abrir los periódicos es una gozada, no
por la situación postelectoral que vive esta España mía, esta España nuestra,
sino porque tengo ejemplos a montones, para demostrar a mi alumnado, que la
Historia es un pasillo de ida y vuelta y que hay políticos que en cuanto la
oposición les toca las gónadas, se ponen estupendos y lo mismo abrazan con
entusiasmo el Despotismo Ilustrado que intentan montarte un Parlamento jacobino,
eso sí, siempre enarbolando la bandera del electorado que les ha votado, al que
tanto deben y que tanto quieren.
No es extraño que algunos grupos y los políticos que
los forman se hagan un lío y confundan los votos con patentes de corso y se
crean aquello que dijo Luis XIV, “el
Estado soy yo”. Bien lo ha
demostrado el PP a lo largo de los últimos cuatro años, pero también algunos
grupos políticos –viejos y nuevos- que presumiendo de demócratas de pata negra,
se quedan en aprendices de déspotas.
Si además el Estado queda reducido a una villa concejil,
algún regidor con sus ediles a la cabeza, puede tener un subidón de Despotismo
Ilustrado, reducir a la mínima expresión los espacios de información y debate,
imponer por fas o por nefas su programa de gobierno, y sí acaso, consultar al
pueblo soberano, pero poquito, en asambleas dirigidas, con las cartas marcadas
y sonriendo bonachonamente mientras se piensa, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, con gran algarabía de
quienes para alcanzar el poder se llenaron la boca con eslóganes de paredes de
cristal, que se han quedado en un muro que ni el de Berlín y cuyas promesas de
consultas vecinales, como dice la canción “nunca
fueron de verdad”. En todo caso, los conceyos
abiertos, están muy bien cuando hay voluntad, capacidad y gestión eficaz;
si eso se sustituye por una acusada egolatría y una inacción en el trabajo, la
cosa se asemeja bastante a los Cuadernos de Quejas, estilo Antiguo Régimen, que
nunca pasaron de papel mojado, de engañifa para mantener al pueblo entretenido
y que no diera la lata. Hasta que el
pueblo se harta, claro. En la villa concejil, munícipe hubo, que en cuanto llegó
y se colgó la medalla corporativa, entró en estado de gracia y todavía no debe
haberse enterado que la Casa de Ayuntamiento es la representación de toda la
ciudadanía y no está al albur de caprichos, ocurrencias o vendettas. Sería
curioso que quien prometiera el cargo con el espíritu del gorro frigio, tuviera
que asumir el papel de marqués de La Rochefoucauld, aquél que le dijo a Luis XVI, cuando le preguntó si era una
algarada, los ruidos que le habían despertado en su Palacio de Versalles, “no, Sire, es una revolución”. A tanto
no se llegará en la villa concejil, pero las algaradas de su historia, y alguna
con mimbres de insurrección, han sido notables.
Claro que los levantamientos tienen a veces su
contrapartida. El otro día, sin ir más lejos los podemitas de Iglesias Turrión,
protestaban por su lugar en la Cámara de Diputados, como fervorosos montañeses de la revolución francesa,
unidos en torno a su líder, aferrados a la pureza republicana, obsesionados por
la Razón y la Virtud, rodeando al Incorruptible y viendo enemigos del pueblo
por todas partes; hablo claro de los partidarios de Robespierre, no de Iglesias
Turrión… Pero ya se sabe cómo lían las cosas los demonios ociosos; se comienza
por defender la res pública y se
acaba por crear una Dictadura, cargarse a medio país y parir un Bonaparte.
Con estas cosas de la política hay que andarse con
cuidado. Hay muchos aprendices de brujo que se ponen a mezclar sin ningún tipo
de prevención todo tipo de cosas explosivas: listas de ocurrencias hechas según
sople el viento y se levante el ingenioso de turno, presupuestos participativos
que se parecen al anuncio que dice nuestros
sueños no son baratos, sugerencias circulares de campamentos de verano… Y a
quien intente poner un poco de sentido común y de espíritu práctico, se le
ningunea, se le anula, se le ignora...Ya lo decía Montesquieu: no existe tiranía peor que la ejercida a la
sombra de las leyes y con apariencia de justicia. Y un día vamos a tener un
disgusto, porque el invento va a explotar y mientras reparamos los daños puede
colarse cualquier iluminado que se auto corone como el amo del mundo.
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