Ignoro hasta donde llega el ansia de poder y de gloria
de ciertos personajes públicos, pero por lo general, son aquellos que piensan
que con dinero se consigue cualquier cosa y por lo tanto son capaces de hacer
cualquier cosa por dinero.
El ansia de poder y de gloria se convierte para dichos personajes, en un apetito inmoderado y nunca satisfecho. A priori, envueltos en los ideales del bien común y de los compromisos cívicos que han ido acaparando como suyos, logran convertirse en imprescindibles; pero a posteriori se verá que solamente era una careta para tapar la mentira, manipular la verdad, incumplir lo prometido y traicionar a quienes confiaron en ellos. El tiempo que pase entre un momento –el de la ceguera comodona o cómplice- y otro –el del profundo desengaño-, dependerá de la capacidad de reconocer y protegerse de individuos a los que sólo les interesa su propio beneficio o el de quienes les mantienen - por debilidad, interés o cobardía- una fidelidad sin sombra de crítica. Ya lo decía Abraham Lincoln, o esa frase se le atribuye: “podrás engañar a todos algún tiempo, podrás engañar a algunos todo el tiempo, pero nunca podrás engañar a todos todo el tiempo”.
La última vez que me crucé con uno de estos
personajes, la experiencia fue cualquier cosa menos positiva y tranquila; tengo
que reconocer que lo tenía en el punto de mira y en esos casos, entre mis
virtudes no se hallan ni la diplomacia ni la mano izquierda. No soporto a quien llega tarde a los sitios para hacerse
notar; no soporto a quien se viste para humillar, envuelto en una mirada altiva
y una sonrisa condescendiente; no soporto a quien va de solemne y se queda en
pomposo; no soporto a quien retuerce las palabras tratando de aparentar ser
alguien sensato e inteligente, porque si bien es cierto que nadie está libre de
decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis. Estos personajes sobreviven
sin embargo, con una pasmosa facilidad; rodeados de un círculo protector, van
dejando caer palabrería envuelta en falsos oropeles y avanzan sin obstáculos
porque “la falsedad tiene
alas y vuela, y la verdad, la sigue arrastrándose, de modo que cuando la gente
se da cuenta del engaño, ya es demasiado tarde”.
Conviene
no olvidar, sin embargo, que si alguien nos engaña una vez, será culpa de esa
persona, pero si nos vuelve a engañar será culpa nuestra. Los ideales que se
venden o se prestan, nos dejan en un preocupante estado de indecencia. No se
puede ceder en cuestiones de honestidad y de respeto por uno mismo. Nuestro
pasaporte vital no debe estar sometido a ningún peaje que nos encadene a lo
indigno y sirva a otra persona a pensar que tiene derecho sobre nuestra alma
inmortal o la integridad del alma, según las creencias y valores de cada cual. Bailar
con el diablo es siempre peligroso y cuando creemos que el ritmo lo ponemos
nosotros ya hemos perdido el paso.
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