Hoy los
mierenses nos hemos quedado -en estos tiempos malos para la épica, la lírica y
el arte en general- un poco más empobrecidos; hemos perdido la mirada, las
manos de Urbina.
A lo largo de su
trayectoria artística, Urbina fue construyendo una manera de interpretar el
mundo que acabó entrelazado con su itinerario vital, hasta no saber donde
comenzaba el hombre y terminaba el pintor o viceversa. Le dije una vez,
mientras visitaba una de sus exposiciones, que la luz de sus cuadros era la
misma de la Asturias que yo amaba, una luz crepuscular, recogida, casi
religiosa… Tuvo la deferencia de sonreír agradecido y perdonar el atrevimiento
analítico al que le sometía, quizás porqué quien trabaja observando lo que le
rodea, comprende muy bien la variedad infinita de las formas de contemplarlo.
En este sentido,
Urbina interpretó con pincel vibrante, el mundo de la mina, donde los
castilletes semejan catedrales, hay grupos familiares tocados por lo divino y
mineros que se hermanan con Cristos dolientes. Si alguien supo transmitir la
dignidad, el sufrimiento, la nobleza y el coraje de las gentes mineras, fue
Inocencio Urbina. Quizás convendría más que invitar al Sr. Soria a visitar el
Concejo, enviarle un catálogo del pintor
mierense (un cuadro sería una pérdida material) para que se inyecte
directamente en vena, el latido vibrante del carbón.
Se cierra el
ciclo vital de Inocencio Urbina, que deja a los suyos desolados, pero la
docencia que impartió y la obra que nos lega, dice en cada uno de sus trazos
que consiguió lo que muchas personas desearíamos, contribuir a la belleza del
mundo que le tocó vivir.
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