domingo, 30 de noviembre de 2014

El rostro del mal

Hace algunos años –más de los que quisiera- en el paso de la adolescencia a la juventud, descubrí los relatos policiacos de Agatha Christie. Desde el primer momento, el delicioso personaje de Miss Marple, ocupó un lugar en mi vitrina de héroes y heroínas de ficción; incluso frente a Poirot, el excéntrico detective belga y sus investigaciones casi siempre teñidas de exotismo. Aquella anciana solterona de educación victoriana, observadora y un poquito cotilla, me resultaba fascinante porque siendo una persona bondadosa, vital y optimista, no se hacía ilusiones con los comportamientos de algunas personas y asumía con total naturalidad, la existencia del mal en lo cotidiano; su sentido de la observación y la convicción de que la gente es más o menos igual en todas partes, definían sus investigaciones, en las que como ella misma afirmaba, muchos no son buenos ni malos, sino simplemente tontos, y luego están las personas perversas.

El caso Bretón, puso en primera línea de atención, las variadas teorías de psicólogos y psiquiatras, sobre la personalidad del acusado de la muerte de sus hijos y la de aquellas personas en general, capaces de realizar acciones depravadas; un debate que se extendió  a toda la sociedad,  gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales y que se ha vuelto a poner de actualidad esta semana, con el asesinato de dos niñas por su padre en San Juan de la Arena. En nuestra cultura influye mucho la escala judeo-cristiana, de pecado-culpa-castigo-arrepentimiento-perdón, pero ha vuelto a sorprenderme la horrorizada sorpresa de mucha gente, por un crimen terrible en un entorno de eso que llamamos normalidad; como si el  hecho de vivir en una sociedad basada en normas morales o ser padre, supusiera una vacuna contra la infamia.

Ante casos como los citados, e incluso aunque el más reciente haya terminado con el suicidio del criminal, mi pregunta ha sido siempre cómo construye su mapa vital un asesino y sobre todo, cuándo dibuja la primera línea. Mucha gente tiene la peligrosa tendencia a presuponer que la infancia es un paraíso dorado, pero hay personas que ya son crueles en esa etapa de su vida y la saña que despliegan para conseguir sus deseos, se disfraza con expresiones como “son cosas de niños” o  “es producto de una rabieta incontrolada”, porque parece imposible que alguien tan joven pueda tener una personalidad anómala. Por lo general, las cosas de niños y las rabietas se pasan con el aprendizaje de crecer; pero igual que hay personas que nunca maduran, también hay personas que siempre llevarán dentro de ellas la maldad… Luego, las circunstancias, el entorno, los escollos de la vida, serán los abonos que la hagan surgir con fuerza; o eso queremos creer, porque en muchas ocasiones, la semilla de la perversidad, crecerá con quien la lleva y será parte de su naturaleza, aunque a veces se disfrace, se difumine entre sombras, al acecho… Nadie se hace malvado de repente y sabe jugar a su favor con que muchas veces, los que le rodean, se niegan  a creer en su perversidad.

No soy una experta en la materia, pero leyendo las opiniones de quienes sí lo son, y los detalles de los dos crímenes, me atrevo a afirmar que el rostro de un asesino tiene muchas caras pero todas se parecen: José Bretón es un hombre cargado de manías, con un ego y un deseo de control desmesurados, con una extrema frialdad sobre sus emociones… Ignacio Bilbao era un hombre taciturno, solitario, susceptible, convencido de tener siempre razón, con la sangre fría de matar a sus hijas y pararse a envolver en papel de regalo el arma homicida; es más, estoy convencida de que su suicidio no tuvo nada que ver con un sentimiento de horror y culpa, sino con satisfacción de escapar a la justicia humana que pudiera aliviar y compensar el dolor de la madre y la familia de Amets y Sara.


Decía Cicerón que “cuando mejor es uno tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros”. Quizás como Miss Marple, bondadosa, vital y optimista, deberíamos asumir que la perversidad come en nuestra mesa y duerme en nuestra cama y que tenemos como compromiso vital que descubrir el rostro del mal y destruirlo, pero con mucho sentido común, no sea que nos asomemos al abismo y nos atrape.

martes, 4 de noviembre de 2014

Bailar con el diablo

Ignoro hasta donde llega el ansia de poder y de gloria de ciertos personajes públicos, pero por lo general, son aquellos que piensan que con dinero se consigue cualquier cosa y por lo tanto son capaces de hacer cualquier cosa por dinero.

El ansia de poder y de gloria se convierte para dichos personajes, en un apetito inmoderado y nunca satisfecho. A priori, envueltos en los ideales del bien común y de los compromisos cívicos que han ido acaparando como suyos, logran convertirse en imprescindibles; pero a posteriori se verá que solamente era una careta para tapar la mentira, manipular la verdad, incumplir lo prometido y traicionar a quienes confiaron en ellos. El tiempo que pase entre un momento –el de la ceguera comodona o cómplice-  y otro –el del profundo desengaño-, dependerá de la capacidad de reconocer y protegerse de individuos a los que sólo les interesa su propio beneficio o el de quienes les mantienen - por debilidad, interés o cobardía- una fidelidad sin sombra de crítica. Ya lo decía Abraham Lincoln, o esa frase se le atribuye: “podrás engañar a todos algún tiempo, podrás engañar a algunos todo el tiempo, pero nunca podrás engañar a todos todo el tiempo”.

La última vez que me crucé con uno de estos personajes, la experiencia fue cualquier cosa menos positiva y tranquila; tengo que reconocer que lo tenía en el punto de mira y en esos casos, entre mis virtudes no se hallan ni la diplomacia ni la mano izquierda. No soporto a  quien llega tarde a los sitios para hacerse notar; no soporto a quien se viste para humillar, envuelto en una mirada altiva y una sonrisa condescendiente; no soporto a quien va de solemne y se queda en pomposo; no soporto a quien retuerce las palabras tratando de aparentar ser alguien sensato e inteligente, porque si bien es cierto que nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis. Estos personajes sobreviven sin embargo, con una pasmosa facilidad; rodeados de un círculo protector, van dejando caer palabrería envuelta en falsos oropeles y avanzan sin obstáculos porque  “la falsedad tiene alas y vuela, y la verdad, la sigue arrastrándose, de modo que cuando la gente se da cuenta del engaño, ya es demasiado tarde”.  

Conviene no olvidar, sin embargo, que si alguien nos engaña una vez, será culpa de esa persona, pero si nos vuelve a engañar será culpa nuestra. Los ideales que se venden o se prestan, nos dejan en un preocupante estado de indecencia. No se puede ceder en cuestiones de honestidad y de respeto por uno mismo. Nuestro pasaporte vital no debe estar sometido a ningún peaje que nos encadene a lo indigno y sirva a otra persona a pensar que tiene derecho sobre nuestra alma inmortal o la integridad del alma, según las creencias y valores de cada cual. Bailar con el diablo es siempre peligroso y cuando creemos que el ritmo lo ponemos nosotros ya hemos perdido el paso.