Hace algunos
años –más de los que quisiera- en el paso de la adolescencia a la juventud,
descubrí los relatos policiacos de Agatha Christie. Desde el primer momento, el
delicioso personaje de Miss Marple, ocupó un lugar en mi vitrina de héroes y
heroínas de ficción; incluso frente a Poirot, el excéntrico detective belga y
sus investigaciones casi siempre teñidas de exotismo. Aquella anciana solterona
de educación victoriana, observadora y un poquito cotilla, me resultaba
fascinante porque siendo una persona bondadosa, vital y optimista, no se hacía
ilusiones con los comportamientos de algunas personas y asumía con total
naturalidad, la existencia del mal en lo cotidiano; su sentido de la
observación y la convicción de que la
gente es más o menos igual en todas partes, definían sus investigaciones,
en las que como ella misma afirmaba, muchos
no son buenos ni malos, sino simplemente tontos, y luego están las personas
perversas.
El caso Bretón,
puso en primera línea de atención, las variadas teorías de psicólogos y
psiquiatras, sobre la personalidad del acusado de la muerte de sus hijos y la
de aquellas personas en general, capaces de realizar acciones depravadas; un
debate que se extendió a toda la
sociedad, gracias a los medios de
comunicación y a las redes sociales y que se ha vuelto a poner de actualidad
esta semana, con el asesinato de dos niñas por su padre en San Juan de la
Arena. En nuestra cultura influye mucho la escala judeo-cristiana, de
pecado-culpa-castigo-arrepentimiento-perdón, pero ha vuelto a sorprenderme la
horrorizada sorpresa de mucha gente, por un crimen terrible en un entorno de
eso que llamamos normalidad; como si el
hecho de vivir en una sociedad basada en normas morales o ser padre,
supusiera una vacuna contra la infamia.
Ante casos como
los citados, e incluso aunque el más reciente haya terminado con el suicidio
del criminal, mi pregunta ha sido siempre cómo construye su mapa vital un
asesino y sobre todo, cuándo dibuja la primera línea. Mucha gente tiene la
peligrosa tendencia a presuponer que la infancia es un paraíso dorado, pero hay
personas que ya son crueles en esa etapa de su vida y la saña que despliegan
para conseguir sus deseos, se disfraza con expresiones como “son cosas de
niños” o “es producto de una rabieta
incontrolada”, porque parece imposible que alguien tan joven pueda tener una
personalidad anómala. Por lo general, las cosas de niños y las rabietas se
pasan con el aprendizaje de crecer; pero igual que hay personas que nunca
maduran, también hay personas que siempre llevarán dentro de ellas la maldad…
Luego, las circunstancias, el entorno, los escollos de la vida, serán los
abonos que la hagan surgir con fuerza; o eso queremos creer, porque en muchas
ocasiones, la semilla de la perversidad, crecerá con quien la lleva y será
parte de su naturaleza, aunque a veces se disfrace, se difumine entre sombras,
al acecho… Nadie se hace malvado de repente y sabe jugar a su favor con que
muchas veces, los que le rodean, se niegan
a creer en su perversidad.
No soy una
experta en la materia, pero leyendo las opiniones de quienes sí lo son, y los
detalles de los dos crímenes, me atrevo a afirmar que el rostro de un asesino
tiene muchas caras pero todas se parecen: José Bretón es un hombre cargado de
manías, con un ego y un deseo de control desmesurados, con una extrema frialdad
sobre sus emociones… Ignacio Bilbao era un hombre taciturno, solitario,
susceptible, convencido de tener siempre razón, con la sangre fría de matar a
sus hijas y pararse a envolver en papel de regalo el arma homicida; es más,
estoy convencida de que su suicidio no tuvo nada que ver con un sentimiento de
horror y culpa, sino con satisfacción de escapar a la justicia humana que
pudiera aliviar y compensar el dolor de la madre y la familia de Amets y Sara.
Decía Cicerón
que “cuando mejor es uno tanto más
difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros”. Quizás como Miss
Marple, bondadosa, vital y optimista, deberíamos asumir que la perversidad come
en nuestra mesa y duerme en nuestra cama y que tenemos como compromiso vital
que descubrir el rostro del mal y destruirlo, pero con mucho sentido común, no
sea que nos asomemos al abismo y nos atrape.