jueves, 15 de diciembre de 2011

Sobre piedras y hombres

 En Historia hay dos premisas importantes a tener en cuenta: las crónicas las escriben los vencedores y nada puede darse por hecho. Viene esto en relación, con el lío que el Carbono 14 ha causado en las entretelas de nuestra identidad colectiva y en que a lo mejor debemos hacer algunos ajustes en la memoria y en los libros, suponiendo que las pruebas científicas se erijan como indiscutibles.
De todas formas conviene actuar con prudencia y no lanzarnos a pensar unos, que debemos volver a escribir la historia de Asturias y otros, que menudo follón si nos dinamitan el pasado.

En todo caso cabe reflexionar sobre la figura de Ramiro I: era un cincuentón –en la Edad Media eso suponía ser muy viejo- buscando afianzar su estirpe ante la más que previsible muerte del provecto Alfonso II; cuando le llega el momento de subir al trono, lo hace a sangre y fuego en medio de conflictos internos y externos que le ponen en serios problemas y le obligan a emplearse a fondo. Malos tiempos para dedicarse a construir cosas, aunque sea mandando a otros. Al final, atribuirse haber levantado palacio arriba, iglesia abajo, sólo era cuestión de un  escribano a órdenes del poder y de que nadie iba a enmendarle la plana, en una sociedad que mayoritariamente no sabía leer ni escribir… Se coge un edificio vacío, arruinado u olvidado, se busca una nueva advocación, se oficia una ceremonia que sacralice el lugar y el rey ya tiene una obra razonable para la posteridad que no desentone mucho con lo anterior, dando lustre a su nombre y ayudando a que se olviden los episodios menos felices de su reinado.

No hay que escandalizarse. Al fin y al cabo, las luchas de poder, los odios a muerte, los ataques de egocentrismo, el deseo de sentar las posaderas –reales, presidenciales o gestoras de cualquier clase- en un lugar que nos satisfaga el apetito de ser el centro del mundo, es algo muy humano y que se ha dado en todas las épocas. Ignoro si durará más de mil años, pero difícil lo van a tener los historiadores de entonces para reconstruir la peripecia del complejo arquitectónico tan mono, que está al ladito de la ría de Avilés.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Alma de carbón

 (A la memoria de mi padre)

Son tiempos oscuros. Por eso quizás el color del carbón no les vaya mal. Es curioso analizar como el carbón se ha vinculado más con lo negativo que con lo positivo, desde el púlpito (no tengáis un alma negra como el carbón) hasta la ilusión infantil (si no te portas bien, los Reyes te dejarán carbón); también Palacio Valdés y su Aldea perdida contribuyeron a forjar una idea sobre el carbón y la mina, vinculada a lo oscuro y luciferino que pareció tomar carta de naturaleza tras la Revolución de Octubre y la Guerra Civil; bien es verdad que ya nadie dibuja a los mineros con rabo y cuernos, pero también es verdad que muchos siguen mirando el tema con un cristal deformado.

Muy pocos parecen recordar lo que el carbón y los mineros dieron al desarrollo económico de España, los años de huelgas por la dignidad y el trabajo, las vidas perdidas en accidentes, la salud quebrada hasta la muerte…Muy pocos parecen recordar el altísimo coste medioambiental que supuso para las Cuencas Mineras la explotación del carbón, coste que repercutió únicamente sobre sus habitantes…Muy pocos parecen recordar a las mujeres que trabajaron a turno doble, uno en lavaderos y escombreras, -también más tarde en el interior- y otro en casa…Muy pocos recuerdan que muchos hijos de mineros, entraron a trabajar por una cuota de muerte (hijo de productor fallecido)… Por el contrario son muchos los que eligen el cristal deformado y esa visión distorsionada se nutre de prejubilaciones de escándalo y progenie acomodada y perezosa.

Quizás por ello, las Cuencas han intentado pasar en los últimos años desapercibidas: mientras, se cerraban pozos y se ponían cocinas de gas natural como signo de los nuevos tiempos; mientras, se aguantaba el chaparrón por las prejubilaciones mineras y nadie protestaba por las de bancos, telefónicas y medios de comunicación; mientras se veía el carbón como un recurso inútil y desfasado… Han intentado pasar tan desapercibidas que estamos a punto de perder la cultura minera, si nosotros mismos y Santa Bárbara, no lo remediamos. Una cultura que se nutre de arqueología industrial, literatura, música, pintura, arquitectura, escultura, lenguaje propio y experiencias vitales…Tanto y tan denso que podríamos pedir, deberíamos pedir que se creara una especialidad universitaria con el nombre de Historia y Cultura de la Minería.  


Es el día de Santa Bárbara y suenan los barrenos y el turullu, para que no olvidemos quienes somos y qué somos: alma de carbón.