Con la
primavera que estamos sufriendo, donde el agua ya no es que caiga de los
cielos, sino que parece brotar de las profundidades y anegarnos, el título que
antecede, me parece bastante apropiado para encabezar unas líneas de opinión
sobre el proceso que vive el SOMA-FITAG-UGT, tras la renuncia a la Secretaría
General de Fernández Villa.
José Ángel
Fernández Villa, sin el que no puede entenderse la historia del SOMA y de las
Cuencas Mineras, ha sido uno de esos dirigentes que a fuerza de estar en
primera línea, en este caso de la lucha obrera, se ven incapaces de delegar en
quienes les rodean, de confiar en sus compañeros de viaje y de facilitar -sin
que haya que hablar por ello de un Delfín a la espera de la herencia- la
formación de un sucesor.
La adicción al
poder es un mal de casi imposible cura, incluso cuando el enfermo se retira a
sus cuarteles de invierno, afirmando que su tiempo ha pasado pero convencido de
que nadie puede sustituirle y debe seguir manteniendo las riendas bien sujetas,
porque la alternativa es el caos; incluso aunque se hable de decepciones teñidas
de traición.
Pero si mala
es la adicción al poder, peor es la atonía de quienes se han mantenido a su
cobijo, creando un círculo protector construido de elogios y adulaciones, sin
asomo de crítica, sin energía para hablar con realismo, temerosos de perder el
pan y la sal. Las elecciones a la búlgara, son de suyo poco saludables para la
renovación y el fortalecimiento político o sindical, porque lo que producen son
organismos fondones y poco ágiles, acomodados y sin fibra para afrontar los
nuevos tiempos.
Lo que me
llama poderosamente la atención, sin embargo, y dada la rapidez con la que se
puso en marcha la sucesión de la Secretaría del SOMA, indicando que las
posiciones estaban bien definidas, es cómo el proceso se ha complicado de una
forma tan notable. Pero como dijo Antonio Gala, el poder es como el nogal;
no deja crecer nada bajo su sombra. Y la de Fernández Villa es todavía muy
alargada para que la persona que lo sustituya no quede oscurecida por ella. Eso
y que tan larga dirección unipersonal -Comisión ejecutiva o no- ha producido
demasiadas fidelidades y demasiadas desconfianzas, que enconan el debate entre
el “no podemos” y “el no queremos”. En
el fondo, responden a los mismos estímulos que los herederos de cualquier
legado, repartiendo el mismo tras la desaparición o la marcha de quien lo tuvo
unido bajo un cetro poderoso o una mano férrea.
Lo que yo me
sigo preguntando a estas alturas, es lo que realmente significa la frase, después
de mi el diluvio, atribuida al rey Luis XIV; hay dos opciones: tras
de mí el caos o yo me voy, arreglaros como podáis.
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