La
historia, a veces, es un largo pasillo de ida y vuelta y según que
circunstancias conviene darse un paseo por él.
Tras
la muerte de Fernando VII, su viuda Mª Cristina, se casó morganáticamente, con
Fernando Muñoz Sánchez al que concedería el título de Duque de Riansares. El
marido de la Reina Regente, se metió de lleno en negocios de todo tipo
vinculados con el mundo de la minería y el ferrocarril, donde firmó contratos
sabrosísimos de explotación y obtuvo prebendas por concesiones, dirigiendo una
red de especuladores, desde la que controló la adjudicación
del ferrocarril de Langreo, las obras del puerto de Barcelona, las de
canalización del Ebro o la construcción del puerto de Valencia; también se
dedicó a especular con la sal y participó en beneficios derivados de la trata
ilegal de esclavos, en los que figuraba la propia Regente. Sólo cinco años
después de su matrimonio, el ennoblecido guardia de corps, había colocado y
dignificado con títulos a gran parte de
su familia, controlaba un sinnúmero de sociedades encabezadas por otros
tantos hombres de paja, y tenía una
fortuna cercana a los trescientos millones de reales, que sin contar con las
devaluaciones y revalorizaciones, equivaldría hoy a 75 millones de pesetas o lo
que es lo mismo, a 450.000 euros. Ante la
corrupción, Mª Cristina tuvo que renunciar a la regencia para salvar el
trono de su hija, Isabel II, aunque ella y su marido, seguirían mangoneando
desde la sombra.
A Isabel II, metida también en líos financieros junto a
su esposo y primo, Francisco de Asís, tampoco le faltaron relaciones
resbaladizas: su cuñado, Antonio María de Orleans, duque de Montpensier,
aprovechó la ola desamortizadora para hacerse con un más que notable patrimonio
territorial e inmobiliario; y en el curso de sus relaciones económicas y políticas
tuvo tiempo para conspirar contra la reina y financiar una revolución; de hecho
fue parte importante en el exilio de Isabel, aunque el tiro le salió por la
culata cuando se vio relegado en el trono por Amadeo de Saboya y por el peso de
la sospecha de haber participado en el complot para asesinar a Prim. Pero el de
Orleans era desde luego un todo terreno: se congració con su familia política,
se sumó a la Restauración, casó a su hija Mercedes con Alfonso XII y siguió
siendo un próspero hombre de negocios.
La muerte de Alfonso XII y la larga minoría de Alfonso
XIII, no ayudaron a cambiar las cosas y la alternancia de partidos propició el
clientelismo político, el caciquismo y la corrupción desde los alcaldes hasta
la cabeza de la nación. El propio Alfonso XIII, se metería en todo tipo de
negocios y amistades peligrosas, cuyo vértice fue la guerra de Marruecos donde
los niveles de sobornos y corruptelas ligados a los suministros a la tropa, se
mezclaron con la sangre y la vida de los soldados. La comisión de investigación
y el llamado “informe Picasso” se los llevaría por delante la dictadura de
Primo de Rivera, que fue una salida de emergencia para el rey, aunque ya estaba
tocado y hundido.
La
República no pudo o no quiso (según los casos) enmendar la situación y la
guerra civil, cerró en falso sobre las viejas corruptelas que como las
epidemias recurrentes, rebrotaron durante la dictadura alrededor de políticos
afectos al régimen, amigos y familiares
que se repartieron las sobras frente al cadáver del dictador.
Fue
precisamente el hecho de que Franco se muriera en la cama, lo que nos hizo
blanditos y comodones, hasta el punto de que salvo casos puntuales de fibra
libertaria, dejamos que nos diseñaran una transición política a tono con los
tiempos y nos insertaran en los genes la
convicción que por fin nos habíamos enganchado a la modernidad, y eso, a pesar
de los años de plomo del terrorismo, los brotes neofascistas y los sustos
cuarteleros; después, la entrada en la estructura política y económica de
Europa y la consolidación del estado de bienestar, pareció darnos la seguridad
de ser europeos cosmopolitas, capaces de superar la caspa y los complejos históricos.
Pero entre la crisis y los bribones que nos rodean, no ganamos para disgustos.
Tenemos
desde hace meses en lugares destacados de los medios de comunicación, el escándalo
del duque de Palma (se ve que los Borbones no tienen suerte con los duques) que
ha confundido lo público con lo privado, prostituido su posición social y reunido en torno de sí a
una corte de truhanes con los que intercambiaba favores monetarios y juegos de
palabras de mal gusto; claro que en su descargo se puede decir que sólo siguió
el dicho de donde fueres haz lo que vieres. La Jefatura del Estado, por
muy monarquía constitucional que se denomine, la ocupa una persona que basa su
derecho, en la sucesión natural de una dinastía histórica y no en el voto libre
y directo de la ciudadanía española. Con el paso de los años, que no parecen
haberle dado más sentido común, el Rey, olvidando la lección de sus
antecesores, se ha rodeado con relativa frecuencia de amigos y actividades no
muy recomendables, con la certeza de que la Constitución, en lo que se refiere
a su responsabilidad y cierta simpatía borbónica (aquél “lo siento mucho, no
volverá a pasar”) no le hace responsable de sus actos ni de los que le rodean.
Por
si esto fuera poco, una sociedad aplastada por los recortes, los despidos, los
ajustes y el apoyo a las grandes fortunas y, a los especuladores financieros y
empresariales, ha visto como el poder de una mayoría absoluta se convierte en
la práctica del absolutismo y se secuestran los votos obtenidos con engaños y
trapacerías para gobernar (como si hubiéramos viajado en el tiempo) en
beneficio de los privilegiados que están convencidos de que el fin justifica
los medios
Los
acontecimiento de los últimos días prueban esto de forma irrefutable. No
cometerán la tontería de controlar toda la información y toda la protesta
social, pero convencidos de que el sistema tiene que convertirse en una
plutocracia, trabajarán por canalizar a su favor los medios de formación de
ideas para impedir que la ciudadanía tenga conciencia de sus propios problemas
y los resuelvan en beneficio de sus necesidades. Un ejemplo lo tenemos en salir
agitando declaraciones de patrimonio e impuestos, como si en ellas hubiera un
apartado que pusiera “ingresos irregulares”; otro ejemplo es acusar a quienes
protestan, de ser agitadores contra el partido, España y la mismísima
democracia. Todo vale para salvar su posición; ya lo decía Tony Montana: en
este país lo primero que hay que tener es dinero; cuando tienes dinero tienes
poder.
Después
de tanto recorrido, como sociedad no podemos dejar que esa manera de pensar nos
contagie y para no parecer pardillos busquemos la supervivencia frente a los más
débiles; no podemos dejar que nuestro camino se estrelle contra un muro de
corrupción y desvergüenza. Práxedes Mateo Sagasta, de larga experiencia
presidencial y que anduvo incluso por el filo de la navaja, pensaba que cuando
se cierran las puertas de la justicia se abren las de la revolución.
CODA:
al menos el señor Álvarez Cascos, no es presidente del Principado de Asturias.
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