Parafraseando
a Tolstoi podría decir que los países felices son todos iguales pero los
desgraciados lo son cada uno a su manera. En este reparto, al nuestro parece
que en los últimos tiempos le ha mirado un tuerto. Y ya no se trata de la
crisis enquistada ni de los millones de familias que cada día se levantan
pensando no cómo van a salir adelante sino cómo van a lidiar el día.
De
lo que se trata es de la imagen deplorable de quienes están de manera directa o
indirecta en las esferas de responsabilidad, ofrecen a quienes sólo quieren su pan, su hembra y la fiesta en paz,
como decía la canción.
Estos
últimos días, leer la prensa, escuchar la radio, ver la televisión o entrar en
Internet en busca de información, es un ejercicio de dureza extrema, prueba de
resistencia de la indignación y test para medir la capacidad de paciencia antes
de que estalle por los aires y sea sustituida por la ira, santa o no.
Este
país –o sea, España camisa blanca de mi
esperanza a veces madre y siempre madrastra-, es una nación - diga lo que diga algún
columnista de La Nueva España-, que en cuanto nos descuidamos, vuelve a
vestirse con las galas imperiales que esconden la marrullería, la picaresca y
el vivir a salto de mata; vamos que nada de soles soberanos que no se ponen
nunca y sí mucho de lazarillos, buscones y pícaros en general.
Eso
sí, no somos nada clasistas y repartimos por igual la trapacería; la única
diferencia es que según los niveles, la importancia del embeleco es mayor o
menor. Por supuesto que las saneadas cuentas suizas, las adjudicaciones a dedo
o prediseñadas, las empresas para blanquear o desviar dinero negro, los sobres
bajo manga, los sobresueldos que pagan identidades ficticias, visten mucho más,
pero, ¿quién no se ha escaqueado del IVA?, ¿quién no ha buscado un enchufe para
saltarse una lista de espera?, ¿quién no ha
ocupado una plaza de aparcamiento –con tarjetita y todo- de un minusválido?..
Y es que se comienza por aceptar una
cesta de navidad y se acaba por construir un aeropuerto vacío de aviones y pasajeros
para que entrene en sus pistas un joven piloto de coches.
¿No
hay entonces personas honradas en nuestra piel de toro? Pues sí, bastantes más
de las que se podría pensar, pero tratan de pasar desapercibidas. Han oído
demasiadas veces como se las motejaba de pringadas, inocentes, pardillas y
simples, por anteponer principios e integridad a cualquier atisbo de engaño;
así que siguen adelante con su conciencia, confiando que algún día se ponga de
moda ser honesto. A estas personas, debería referirse la diputada Andrea Fabra,
cuando melena al viento desde su escaño en el Congreso, dijo aquello de “que se
jodan”. Por cierto que está señora, es un ejemplo viviente de sagacidad
familiar: carrerón imparable en el PP hasta sentar sus nalgas en el hemiciclo madrileño,
hija de Carlos Fabra que fue la mente creativa del aeropuerto vacío de
Castellón y, esposa de Juan José Güemes, ex consejero de Sanidad de Esperanza
Aguirre, que encontraba con su cargo una oportunidad magnífica de hacer negocio
en el ramo –dicho por él mismo-.
Somos un país peculiar; lo que Machado definió
como de charanga y pandereta: a los reyes los subimos al cadalso pero sólo por
un ratito y en efigie, llamamos El Deseado al badulaque más grande que ciñó la
corona, los dictadores se nos mueren en la cama y los poetas sucumben ante un
pelotón de fusilamiento, en la cárcel o en el exilio.
Somos
un país que por tener, tiene a un Presidente de Gobierno que llegó al poder
jugando al despiste, a la malicia de las medias verdades y al engaño. Un ejemplo
perfecto de pícaro, rodeado de una corte de pícaros, que se protegen unos a
otros, para salvar más que la cara –que la tienen de cemento- las delicadas
posaderas. Nada de que asombrarse: en Asturias donde alardeamos de prever las
borrascas antes de que atraviesen Pajares, concedimos mando en plaza a quien juraba
ser un neófito regenerador y no era más que
un desclasado de la política buscando venganza, acomodo económico y
refugio ante más que posibles tormentas.
Estoy
segura que no saldremos de esta crisis indemnes, pero espero que salgamos
liberados: de la truhanería de cierta clase política; de la necedad de quien
debería dar ejemplo de educación y moralidad (lo del duque consorte no tiene un
pasar); de la desidia de quien considera
que sus derechos dinásticos están por encima de sus deberes como Jefe de
Estado.
No,
no saldremos indemnes, pero espero, como dijo Machado, que nazca otra España implacable y redentora…la España de
la rabia y de la idea.
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