miércoles, 2 de noviembre de 2022

Otra vez el rostro del mal

 

Hace algunos años, a raíz del asesinato por Ignacio Bilbao de sus hijas Amets y Sara en San Juan de la Arena, escribí un pequeño artículo que titulé El rostro del mal. Hablaba también en él, de José Bretón, e intentaba bucear en las profundidades de la mente de personas capaces de matar a sus propios hijos. Después de eso vendrían otros casos, tanto de padres como de madres o de gente cercana. Con el último, el asesinato en Gijón de la pequeña Olivia a manos Noemí Martínez, su madre, retomo algunas reflexiones y añado otras nuevas.   

Ha vuelto a sorprenderme la horrorizada sorpresa de mucha gente, por un crimen terrible y en un entorno de eso que llamamos de normalidad; como si el  hecho de vivir en una sociedad basada en normas morales -por cierto cada vez más laxas- o ser padre o madre, supusiera una vacuna contra la infamia.

Sigo preguntándome cómo construye su mapa vital un asesino y sobre todo, cuándo dibuja la primera línea. A veces arranca en la infancia: esas “cosas de niños” esas “rabietas incontroladas”, esos “caprichos tontos” pasan con el oficio de crecer, pero en algunos casos se agarran como plantan ponzoñosas que alimentan la maldad.

Hay que dejar de creer que la infancia y la primera adolescencia, son paraísos con dulces ángeles. Por suerte nunca me he tropezado con personitas perversas pero por mi profesión si me he encontrado con personas mentirosas, manipuladoras y tóxicas y si no se controla esa deriva por la familia y la educación en valores y normas morales, la semilla del mal crecerá con quien la lleva y aunque se difumine con un barniz social, estará en las sombras, al acecho, esperando saltar. Nadie se hace una persona malvada de repente  y, sabe jugar a su favor con que muchas veces, los que le rodean, se niegan  a creer que lo sea.

La sociedad actual está llegando a unos niveles de “buenismo” intolerables o a proteger a algunos de sus miembros, por encima del sentido común. Por supuesto no se trata de discriminar o abandonar, pero seamos serios: el color de la piel, el sexo o la religión, no nos convierten en seres de luz. Antes de dejarnos deslumbrar debemos fijarnos en las señales como la que emite un semáforo rojo: personas con un deseo de control desmesurado, taciturnas, con una marcada frialdad sobre sus emociones, susceptibles, poco o nada empáticas, convencidas de tener siempre razón y salirse con la suya, incapaces de dialogar buscando solución a los problemas… Esto no quiere decir que este sea el retrato de una persona malvada o de una asesina, pero a veces son las señales -como la fiebre- de una infección que no se ve.

Decía Cicerón que “cuando mejor es uno tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros”. Hay muchas personas que se revisten de vitalidad bondadosa, optimista y cívica, pero deberían asumir que la maldad existe, disfrazada de muchas cosas en apariencia nobles y que se aprovecha de la vitalidad de otros para alimentarse y conseguir sus fines.

Uno de mis personajes literarios favoritos, afirmaba que  la gente es más o menos igual en todas partes, muchos no son buenos ni malos, sino simplemente tontos, y luego están las personas perversas.

Debemos ver más allá de los disfraces para luchar contra ellas.

 

 


miércoles, 5 de agosto de 2020

...vinieron estos lodos

(Segunda parte)

Este pueblo {España} necesita diversiones, pero no espectáculos. (Jovellanos)

A veces siento la sensación de que la historia es como un pasillo de ida y vuelta; al final acabas por cruzarte con las mismas personas una y otra vez y claro, una cosa es continuar la historia y otra repetirla, por lo que ir  de déjà vu en déjà vu, acaba por resultar agotador. Vale, nos metimos de lleno en la II República con el entusiasmo que tenemos los españoles para los “viva” y para los “muera” y el país tenía demasiados problemas para lidiar además con una Iglesia medieval, una oligarquía económica que no quería perder sus privilegios y un Ejército en su mayor parte ignorante y cuartelero. La cosa terminó de la peor manera posible: un golpe de estado fracasado, una guerra civil y una dictadura que dejaron una sangría inmensa en pérdidas humanas, en pérdidas intelectuales y en derechos y libertades. Y lo cierto es que, salvo algunos pulsos con Franco, el dictador se nos murió en la cama y dimos tiempo a los afectos al régimen a que se repartieron las sobras frente a su cadáver.

Tampoco fue muy airoso el papel que jugó Juan de Borbón, -arropado por su Consejo Privado- que como Jefe de la Casa Real española, había intentado borbonear con Franco para colocarse en la línea sucesoria del General. El tercer hijo varón de Alfonso XIII (sus hermanos mayores habían renunciado a sus derechos dinásticos) había manifestado simpatía claramente manifiesta hacia el bando rebelde primero, hacia Franco después y hacia la Alemania nazi como intermediaria en su carrera hacia el trono; sólo cuando la II Guerra Mundial cambió de curso y los aliados caminaban hacia la victoria, se manifestó contrario a la dictadura. En los años siguientes, el Conde de Barcelona -título ligado a los reyes de España- jugó sus bazas para conseguir sus propósitos, pero el cambio de política internacional y  la tolerancia interesada hacia Franco en plena Guerra Fría, cerraron el paso a su ambición, que le llevó incluso a buscar el apoyo del carlismo. Tuvo que aceptar que su hijo Juan Carlos, se educara en España bajo la tutela política de Franco y sus relaciones con éste, fueron a partir de ese momento, ásperas. Ni el dictador ni el pretendiente se fiaban uno del otro, como lo demostró Franco cuando de forma sorpresiva nombró a Juan Carlos sucesor a la Jefatura del Estado a título de rey, lo que significó una ruptura entre padre e hijo, que no se arregló hasta 1977, dos años después de la subida al trono de Juan Carlos, cuando el Conde de Barcelona cediera sus derechos dinásticos; una abdicación en petit comité. En 1993, el actual rey emérito, se lo compensaría enterrándole con honores reales en el panteón del Escorial, bajo el nombre de Juan III. 

Me pregunto ahora, recién comenzada la segunda década del siglo XXI, si la ciudadanía española, nos dejamos deslumbrar por el diseño de una transición política a tono con los tiempos: después de la opresión de la dictadura, la integración en la Europa moderna y democrática; frente a los Principios Fundamentales, la Constitución del 78 que garantizaba los derechos, asentaba los deberes, separaba los poderes, regulaba el papel de la Corona, reconocía el pluralismo político y levantaba los pilares para que se asentara una Administración flamante y eficaz; de un dictador balbuceante rodeado de una guardia pretoriana, a un joven rey que parecía alejarse claramente de su padre político. No había color. Es cierto que tuvimos que atravesar los años de plomo del terrorismo, los brotes neofascistas y los sustos cuarteleros, pero la entrada en la estructura política y económica de Europa y la consolidación del estado del bienestar, pareció darnos la seguridad de que habíamos crecido como Nación, aunque fuera más desde el juancarlismo que desde la monarquía constitucional. 

Parafraseando a Lennon la historia es aquello que te pasa mientras estás haciendo otras cosas y así, se nos han ido 42 años, mientras todos envejecíamos, incluida la Constitución, porque comienza a tener algunos achaques y convendría dotarla de un aire más flexible, menos ambiguo y contradictorio, ya que no parece muy justificado que la cabeza de la Nación esté ocupada por alguien que lo basa en legitimidades dinásticas y para rematar se anteponga el varón a la mujer, lo que choca de lleno con la igualdad de derechos entre sexos. En todo caso, ya es hora de que quien ocupe ese puesto lo sea en quien delegue la ciudadanía de este país a través de unas elecciones y del voto personal y secreto y, por supuesto, que responda ante los ciudadanos de su gestión en el desempeño de sus funciones. 
 
En este tema, la Constitución del 78 -o mejor dicho sus redactores- no estuvieron finos. Tiene influencias de muchas Constituciones, entre ellas la de la II República española, pero en el tema de las responsabilidades de la cabeza de la nación, hay una notable diferencia: 

(Constitución de 1978)

Artículo 56
La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el artículo 64, careciendo de validez sin dicho refrendo

Artículo 64
1. Los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso, por los Ministros competentes.
2. De los actos del rey serán responsables las personas que los refrenden.

(Constitución de 1931)

Artículo 84 
Serán nulos y sin fuerza alguna de obligar los actos y mandatos del Presidente {de la República] que no estén refrendados por un Ministro... Una ley de carácter constitucional determinará el procedimiento para exigir la responsabilidad criminal del Presidente de la República.

Las cosas para Juan Carlos I, que en su vida privada llevaba años haciendo como sus antecesores, lo que le salía de la punta de la Corona, comenzaron a complicarse a fines de 2011.  El señor Borbón, podía hacer con su tiempo, con su dinero y con sus relaciones, lo que quisiera, por supuesto de forma legal; el Rey Juan Carlos I de España, tenía que tener asumido que manejar los dineros de la Casa Real que salen de los Presupuestos del Estado, debe hacerse con exquisito cuidado y transparencia. El escándalo del duque de Palma (se ve que los Borbones no tienen suerte con los duques) trufado de confundir lo público con lo privado y de reunir en torno suyo a truhanes con los que intercambiaba favores monetarios y juegos de palabras de mal gusto, fue el primer toque de alarma de lo que era la punta del iceberg. Al fin, Iñaki Urdangarin solo siguió el dicho de "donde fueres haz lo que vieres". En el discurso de Navidad, tras apartar de la familia real a su yerno y a su hija, se permitió decir que “las personas con responsabilidades públicas deben observar un comportamiento ejemplar” y que “todos eran iguales ante la ley”, lo que visto desde las circunstancias actuales no era más que un intento de salvar más que el prestigio de la Corona como institución, el propio culo del monarca y sus múltiples trampas personales y económicas, que ahora -cuentas secretas, opacas, comisiones…-han quedado a la vista.  

Juan Carlos de Borbón ha vivido durante décadas de los réditos del juancarlismo -alimentado por sus consejeros-, de su toma de posición durante el 23F -que supuso saber inclinarse del lado adecuado- y de su “campechanía borbónica” -que tanto alabaron sus cortesanos en aquél “lo siento mucho, no volverá a pasar”- pero el paso de los años, no parecen haberle dado más sentido, ni de estado ni común, abdicando porque no le quedaba otra si quería apuntalar a Felipe VI en el trono, frente a una sociedad aplastada por los recortes, los despidos, los ajustes y el apoyo a las grandes fortunas y a los especuladores financieros.  Ahora, en plena crisis económica y sanitaria, se apoya en "el legado y la dignidad personal" para justificar sus errores personales y lo que es más grave, los chanchullos económicos, y sin un atisbo de vergüenza, apela al "espíritu de servicio" para salir por pies y eludir responsabilidades. Dice que sólo quiere “lo mejor para España" , pero este deseo sólo ha sido desde hace muchos siglos, lo mejor para la dinastía de turno. 

Práxedes Mateo Sagasta, de larga experiencia presidencial y que anduvo incluso por el filo de la navaja, pensaba que “cuando se cierran las puertas de la justicia se abren las de la revolución”. Creo que una revolución nos pilla mayores, pero podemos empezar a plantearnos  en serio, una amplia reforma constitucional. 

martes, 4 de agosto de 2020

De aquellos polvos...


(Primera parte) 

Dicen que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan. (Camile Sée)

Cuando Carlos I que dio comienzo a la dinastía de la Casa de Austria, prestó juramento ante las Cortes de Castilla, alguien le recordó que el rey no es más que un servidor retribuido de la nación; lo que ocurrió es que Carlos de Europa, entre conflictos internos, problemas religiosos con los protestantes, batallas con medio continente y parte del Mediterráneo, la explotación de las Indias, los préstamos de los banqueros alemanes, los hijos legítimos e ilegítimos y las crisis de melancolía, se dijo que la frase tenía mucho más sentido si era la nación la que se ponía a su servicio y eso lo dejó grabado a fuego para sus herederos. Los Habsburgo cerraron de mala manera el linaje con los sobresaltos de Carlos el Hechizado, pero transmitieron el mensaje a la siguiente estirpe real. No era tampoco necesario; Felipe de Anjou, fundador de la Casa de Borbón en España, se traía bien aprendida la lección de su abuelo Luis XIV: el Estado soy yo. Una frase así, para que nos vamos a engañar, acaba creando perspectivas muy ambiciosas en los sucesores y cabreos considerables en los súbditos. 

Pero quizás el problema de España, es que nunca hemos subido a un rey al patíbulo. Bueno sí, una vez, pero fue hace más de 500 años, en efigie y por un rato y eso no cuenta; además, el pueblo no intervino para nada y se limitó a asistir como mero espectador, a lo que sería llamado por los partidarios de Enrique IV, la Farsa de Ávila y con ese nombre ha pasado a la historia; pero en realidad fue una chapuza como la copa de un pino. Se montó un gran escenario y el espectáculo fue dirigido por el poderoso Marqués de Villena, acompañado del arzobispo de Toledo e interpretado por parte de la nobleza castellana y por los prelados de Sevilla y Santiago. El meollo de la cuestión radicaba en acabar con la influencia de Beltrán de la Cueva, valido del rey y de los nobles que lo apoyaban. La representación se las trajo: se celebró una misa -para sacar rendimiento a la presencia del alto clero- y una vez terminada, los rebeldes subieron al tablado y leyeron una declaración con todos los agravios de los que acusaban al monarca; según ellos, el rey mostraba simpatía por los musulmanes, era homosexual, tenía un carácter pacífico y para rematar no era el verdadero padre de la princesa Juana, a la que por tanto negaban el derecho a heredar el trono; ya metidos en juerga, le quitaron al monigote entronizado, la corona, la espada y el cetro y uno de los nobles, Diego López de Zúñiga, conde de Miranda del Castañar y que sin duda quería ganar méritos, derribó la estatua gritando, “¡a tierra, puto!” A continuación, subieron al escenario al infante Alfonso, hermano paterno de Enrique y lo entronizaron al grito de “¡Castilla, por el rey don Alfonso!”, procediendo después a la ceremonia del besamanos… Supongo que el chaval, que iba camino de los doce años, estaría al borde de un ataque. El pobre, se moriría tres años después -hay fuertes sospechas de que por veneno- en medio de una guerra entre sus partidarios y los de su hermano. Sería muy largo explicar aquí todo lo que vino a continuación, pero el resultado final, sería la subida al trono de Isabel de Castilla, casada -bula papal falsificada por medio- con su primo Fernando de Aragón que con eso de tanto monta monta tanto -aunque Isabel tenía muy claro quien mandaba en Castilla-, se dedicaron a desmochar a la nobleza partidaria de la princesa Juana, y a gobernar como les salió de la punta del pie. Por cierto, el marqués de Villena se había pasado al bando de Enrique y de su hija; luego dirán que el cambio de chaqueta es algo moderno. 

Lo indudable es que los españoles no hemos tenido suerte ni con los Trastámara, ni con los Austria ni con los Borbón y no es cuestión de apellidos sino de estirpes con una herencia genética nefasta, unas relaciones familiares nocivas, unas amistades peligrosas y el convencimiento transmitido de generación en generación que el patrimonio personal y el patrimonio nacional, eran la misma cosa, algo que los Borbones, han convertido en emblema de su familia a lo largo del tiempo.  

Los Borbones que cierran el siglo XVIII y comienzan el XIX, no son un ejemplo de buen gobierno. Carlos IV fue un rey abúlico, manejado por su esposa M.ª Luisa de Parma, una mujer vanidosa, ambiciosa y manipuladora y por su valido Godoy; la interacción de estos dos personajes fue nefasta para muchos pensadores y políticos ilustres, como Jovellanos, que se vio desterrado y vejado por el terrible crimen de ser inteligente y trabajar por el bien de su país y sus compatriotas. Tras la Guerra de Independencia, quien  heredó la Corona, iba a demostrar que todavía se podían hacer peor las cosas. Fernando VII, que mientras estuvo retenido en Bayona, se había comportado como un cobarde acomodado en busca de privilegios, dejó brotar su retorcida personalidad a su regreso a España: fue un rey felón que renegó de su juramento a la Constitución de 1812, pero sobre todo fue un ser mezquino y rastrero, al que Goya supo retratar muy bien; muestra de su carácter, fue la venganza contra el militar liberal Rafael del Riego y como se regodeó en su ejecución y en la persecución de sus amigos, asegurándose, en un gesto de clara rapiña, que las propiedades de Riego, necesarias para la subsistencia de su familia, pasasen a la Corona.  La muerte de Fernando VII, traería además para España, un largo periodo de guerras y calamidades por el conflicto dinástico entre los partidarios de su hermano Carlos Isidro y los de su hija Isabel.

M.ª Cristina de Borbón, la sobrina y viuda de Fernando, iba a demostrar que las normas de la Casa de Borbón, las tenía bien aprendidas. Se casó morganáticamente, con Fernando Muñoz Sánchez -sargento de su guardia de corps- al que concedería el título de Duque de Riánsares. La Reina Regente -ya que la futura Isabel II era una niña- se metió con su marido, en negocios de todo tipo vinculados con el mundo de la minería y el ferrocarril, donde obtuvieron contratos sabrosisimos de explotación y prebendas por concesiones, controlando una red de especuladores y, participando también, en beneficios derivados de la trata ilegal de esclavos. Ante el escándalo   y aunque M.ª Cristina negó saber nada de los negocios de su esposo, a pesar de que su nombre figuraba en varios documentos, tuvo que renunciar a la regencia para salvar el trono de su hija. 

Isabel II combinó una vida personal compleja con un reinado marcado por la corrupción. Mal casada con su primo Francisco de Asís, se puso la Corona por montera y gobernó el país como si fuera su casa. Tomando como ejemplo a su padre, se dedicó a borbonear, interviniendo en política y manipulando a los que tenía alrededor. Del pueblo recibió el sobrenombre de “la reina castiza”, pero peloteos aparte, casi todos intuían lo que se cocía en la cama y en el trono.  Tampoco le faltaron a la soberana, relaciones resbaladizas: su cuñado, Antonio María de Orleans, duque de Montpensier, aprovechó la ola desamortizadora para hacerse con un más que notable patrimonio territorial e inmobiliario; y en el curso de sus relaciones económicas y políticas tuvo tiempo para conspirar contra la reina y financiar una revolución; de hecho fue parte importante en el exilio de Isabel, aunque el tiro le salió por la culata cuando se vio relegado en el trono por Amadeo de Saboya y por el peso de la sospecha de haber participado en el complot para asesinar a Prim, Presidente del Consejo de Ministros. Pero el de Orleans era desde luego un todo terreno: se congració con su familia política, se sumó a la Restauración, casó a su hija Mercedes con Alfonso XII y siguió siendo un próspero hombre de negocios.

Alfonso XII nos dejó con la duda de si aquel monarca, formado gracias a la Gloriosa lejos de la nefasta influencia de su madre y educado en principios constitucionales, hubiera dado un giro positivo a la dinastía. Pero creo que fue un joven con ganas de agradar y convenientemente dirigido por Cánovas del Castillo, el factótum del Partido Conservador. La muerte de su primera esposa, M.ª de las Mercedes y el matrimonio de Estado con M.ª Cristina de Habsburgo, para dar un heredero al trono, le amargó el carácter y se dedicó a cumplir con sus deberes reales y a buscar alegrías fuera del lecho conyugal con distintas amantes, la más estable, la cantante de ópera Elena Sanz, con la que tendría dos hijos no reconocidos. Una tuberculosis galopante, se lo llevó con 28 años, después de tener dos hijas con su esposa y sin llegar a conocer al hijo póstumo que fue rey desde el momento de su nacimiento.

M.ª Cristina, la Reina Regente, enfrentó la larga minoría del futuro Alfonso XII, con sentido de estado, pero el sistema de alternancia de partidos para dar estabilidad a la Corona, propició el clientelismo político, el caciquismo y la corrupción desde los alcaldes hasta la cabeza de la nación. M.ª Cristina, tenía un carácter austero y rígido, como buena austriaca y fue para su hijo una madre obsesiva y controladora que no toleraba que se le llevara la contraria a Alfonso, porque “era el rey”. Tras la subida al trono de Alfonso, con 16 años, tomaría el título de Reina Madre y continuaría ejerciendo una notable influencia sobre su hijo, incluso cuando este se convirtió en un adulto y se casó con la princesa Victoria Eugenia de Battenberg, nieta de la reina británica. M.ª Cristina no estaba de acuerdo con esta boda y nunca congenió con su nuera; especialmente tensas fueron las relaciones de ambas durante la I Guerra Mundial, con sus países de origen, en bandos enfrentados. Alfonso XIII, se encontró nunca mejor dicho, entre dos fuegos y optó por dedicarse a otras cosas que incluían cacerías de animales y de amantes. Las promesas iniciales de regeneración de la política y del país, durarían en Alfonso XIII lo que la fidelidad a su esposa, a la que acusaba -aunque había sido él quien había decidido jugar a la ruleta rusa- de transmitir la hemofilia a su progenie. La Corte era un nido de parásitos que buscaban el beneficio personal y el rey se metería en todo tipo de negocios y amistades peligrosas, cuyo vértice fue la guerra de Marruecos donde los niveles de sobornos y corruptelas ligados a los suministros a la tropa, se mezclaron con la sangre y la vida de los soldados. La comisión de investigación y el llamado “informe Picasso” se los llevaría por delante la dictadura de Primo de Rivera, que Alfonso XIII apoyó para librarse de la mierda que tenía encima. El fracaso de la política del General, el desastre de los sucesivos gobiernos dirigidos por militares y el resultado de las elecciones municipales de abril de 1931, condujeron a la proclamación de la II República y a la marcha del rey fuera de España. No fue un exilio; según él, quería apartarse “de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil”, pero estaba huyendo de las responsabilidades políticas y lavándose las manos al decir que “un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia”. Se marchó con la soberbia de clase de un monarca que seguía llevando en su sangre el gen del absolutismo y del poder divino al decir que suspendía “deliberadamente el ejercicio del poder real” y que no renunciaba “a ninguno de mis derechos porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas”.

Jovellanos dejó escrito antes de morir, que “España no lidia por los Borbones, ni por Fernando. Lidia por sus propios derechos. Derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores, e independientes de toda familia o dinastía… En una palabra: España lidia por su libertad.”

No sabía el ilustrado asturiano, lo que nos esperaba.


miércoles, 29 de julio de 2020

Sobre rosas, espinas y caballos de Troya


Tras un largo tiempo de pausa en este blog, lo retomo. La sensación de que escribía para mí misma, sin más transcendencia, me hizo perder interés por rellenar la hoja en blanco, pero después de lo que hemos vivido y estamos viviendo con la Covid19,  quizás sea el momento de enfocar la mirada y seguir analizando el mundo que me rodea con muchos cambios, bastantes contradicciones y muy pocas certezas. En el fondo seguiré escribiendo para mí misma, pero también como una terapia regeneradora.

Mi última entrada -si obviamos ésta- es de octubre de 2016; entonces Pedro Sánchez, dimitía de su cargo de Secretario General del PSOE, renunciaba a su acta de diputado y comenzaba su particular travesía del desierto, acompañado de un puñado de fieles.  Los meses anteriores habían sido una prueba de resistencia que había fracasado: los resultados de las elecciones de diciembre de 2015, dejaban un Parlamento fragmentado y débil, que propició en febrero una investidura fallida del diputado socialista, como presidente de Gobierno y que condujeron a nuevas elecciones en Junio, con  unos malos resultados en la historia electoral del PSOE, que llevarían a una crisis interna dentro del mismo. Aquella situación, fue el fruto de escuchar más a los adversarios y a los falsos amigos, que a los militantes y a los compañeros.

Menos de un año después, Pedro Sánchez regresaba como el ave fénix con la difícil tarea de cerrar heridas y aunar voluntades. ¿Lo ha conseguido? Me declaro socialista y creo que el lapso entre el 1 de junio de 2018 y el momento actual, ha estado lleno de claroscuros: un gobierno débil salido de la moción de censura a Mariano Rajoy, que supuso la apertura de un nuevo proceso electoral, unos buenos resultados en las elecciones de abril de 2019 y otra vez el peligroso juego del gato y el ratón de Pablo Iglesias Turrión, que prefirió dispararse un tiro en el pie en un mal calculado juego de poder, lleno de soberbia y vanidad.  Ello conllevó nuevas elecciones en el mes de noviembre y sus resultados, aún con la victoria nuevamente del PSOE, supusieron un Parlamento más fragmentado, la pérdida de escaños absolutamente necesarios para realizar políticas estables y progresistas y, dotar de un balón de oxígeno a la extrema derecha oculta del PP y a la perfectamente visible de Vox.

Ahora mismo, el hecho de que se haya conseguido formar un Gobierno de coalición de carácter progresista, no me produce un sosegado optimismo. Pablo Iglesias Turrión, sigue sin gustarme, ¡que le vamos a hacer!; puede que haya que aceptar la premisa de que las personas tienen derecho a cambiar, pero alguien que en 2016 gritaba a quien quisiera oírle, que él era el salvador de la gente y el PSOE se aliaba con la corrupción, alguien que de forma constante sacaba a pasear el mantra del sorpasso por la izquierda, alguien que antepuso sus intereses a los del país por dos veces -en febrero de 2016 y en junio de 2019-, me causa muy poca confianza. No sé si el cambio de actitud del líder de Podemos, ha sido por el convencimiento interno de su error o por la idea de que se iba a fagocitar a sí mismo y a su partido, pero no le veo cómodo en el traje que lleva y creo que todavía no se ha dado cuenta que en la ópera política que se está interpretando, puede tener algún solo, pero es una labor de conjunto. Los resultados en las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco, que ha obtenido  Podemos y la reacción de su líder, me reafirman en la idea de que  Iglesias Turrión sigue más pendiente de que su partido no se desmorone que de las responsabilidades de gobierno; y sobre todo ese baile de elección de parejas, que se trae en el Congreso, me produce bastante desasosiego porque el país no está para que le pillen con el paso cambiado.

Tampoco acrecienta mi optimismo, que a Pedro Sánchez y a su amplio gabinete, les haya tocado lidiar con la pandemia de la Covid19 de consecuencias tan graves. Apenas comenzando a gobernar tuvieron que hacer frente a una situación para la que nadie, ni dirigentes ni ciudadanos -se diga lo que se diga- estaban preparados; críticas ha habido muchas dentro y fuera de la escena política, pero a día hoy, sin saber cómo va a evolucionar la enfermedad, tienen por delante una muy complicada legislatura para establecer unas líneas de actuación -en parte comenzadas- que sirvan para recuperar el pulso vital en nuestro país, tarea a la que no ayuda el vocerío fascista y la bulla interesada del nacionalismo. La última votación en el Congreso respecto a la Comisión de reconstrucción sobre los aspectos sociales, nos puede dar una idea del difícil equilibro para conseguir avances en beneficio de la sociedad.

Es un triste consuelo decir que de haber estado gobernando otros, las cosas hubieran ido mucho peor, porque en toda crisis, superado el shock inicial debe haber un plan de acción definido, sin derivas pero con cierta flexibilidad para encajar los imprevistos y sin miedo de reconocer los posibles fallos o errores, que bien explicados se entienden como propios de una situación de emergencia; porque si hay algo que molesta a la gente es que la tomen por idiota. En algunos momentos he visto al señor Sánchez un poco encorsetado y con afán de no salirse del guión, pero sin pretender que hubiera asumido labores propias de la Jefatura del Estado, comparecer en alguna alocución con un tono de "discurso a la nación" no hubiera estado mal en ciertos momentos; para los datos áridos y técnicos ya estaban otras personas y una pandemia tiene poco que ver con una campaña electoral o una estrategia de partido diseñada por un javierista al servicio del mejor postor, sean cual sean los colores de la cuadra.

En 2016, yo pedía que el PSOE aprendiera de lo vivido, como experiencia vital y que asumiera tres puntos básicos: un líder fuerte y bien coordinado con un Comité Federal capaz de transmitir una voz única, una militancia numerosa, unida y responsable a la hora del voto y,  una alternativa  de gobierno seria y creíble, basada en la coherencia de ideas y actitudes que sirviera para dotar a España de un gobierno progresista... En apariencia parece que se ha conseguido, pero sigo teniendo dudas de la capacidad de no cometer los mismos errores, de no saber separar el grano de la paja cuando se producen críticas aceradas y de dejar que en el corazón del partido se instale un quinta columnista o  un caballo de Troya.



domingo, 2 de octubre de 2016

Cabalgar sobre un tigre

Quedan poco menos de tres meses, para que se cumpla un año de unas elecciones generales que han marcado un antes y un después  en la política de nuestro país que se encuentra en una situación de interinidad, explicada porque la ciudadanía ha ejercido la soberanía nacional, pero ha dejado las cosas tan poco claras, que la nave va, pero sin rumbo definido, con un aspirante a capitán más que cuestionado  que sin embargo sigue capeando el temporal y librándose del naufragio.

Por eso me duele especialmente ver una oposición que antes que en las próximas generaciones, ha pensado en las próximas elecciones (las segundas nacionales, las vascas y gallegas y si nadie lo remedia, las terceras nacionales que volverán a casa por Navidad). El espectáculo ha sido vergonzoso y la izquierda ha rozado en muchas ocasiones el esperpento, dejándose manejar por un parvenu, sudoroso y descamisado, que ha sacrificado la renovación del país en el altar del poder y cuya ansia por alcanzarlo a costa de lo que sea, no tiene límites. Iglesias Turrión manifiesta una capacidad notoria de fagocitar lo que crea o se le acerca, sean círculos, compañeros de partido y agrupaciones afines como IU, pero también de regurgitar lo que no puede digerir, moviéndose con la suficiente habilidad para usarlo en beneficio propio y de su inagotable soberbia de politólogo sobrevenido en político, obsesionado por la sombra de su nombre y dispuesto a ser la estrella fulgurante de la izquierda .    

Es una pena que Pedro Sánchez y muchos compañeros del PSOE le hayan seguido el juego al líder de Podemos; y desde luego, es un error que Pedro Sánchez no haya tenido altura de miras, dejándose arrastrar por un creciente vocerío ajeno a nuestra historia y a nuestra ideología, que al final no ha contentado ni a quienes le apoyaron ni a quienes pensamos que no tenía los mimbres necesarios para ser Secretario General.   

No digo que en 2015, no se hubiera debido intentar un gobierno de progreso; de hecho, en el momento en que Pedro Sánchez se postuló a la Presidencia para romper el tancredismo de Rajoy, pensé que por fin había alguien con sentido común y de Estado. Pero cuando Iglesias Turrión, decidió jugar con las cartas marcadas y comenzar una estrategia del tipo el gato y el ratón, ni el Secretario General ni su equipo, actuaron con la coherencia debida a nuestros principios. Creo con total seguridad que empecinados en cabalgar sobre un tigre, perdieron la ocasión de encabezar una oposición fuerte y volcada con las necesidades reales del país, esperando el momento adecuado para alcanzar un gobierno fuerte y estable.  Es más, se optó por soportar que nos viniesen a dar lecciones de democracia y de gestión política, entrar a la bulla de las redes sociales, perder los calzones por aparecer en todas las salsas y alejarse  del pensamiento tranquilo y de la claridad de ideas. Claro que no toda la culpa es del Secretario General que acaba de presentar su dimisión, sino también de quien reunidos formando grupos de presión, han optado por dejar que primasen los intereses particulares en vez de los generales y no han sabido o querido plantear la situación real de las cosas antes de que todo saltara por los aires, enrocándose en lo imposible y fiándose más de los adversarios y de los simpatizantes que van con las de la feria y vienen con los del mercao que de los militantes y de los compañeros.  

La situación en que ahora nos encontramos es fruto de todo esto y de la incapacidad de ser coherentes con nuestros principios, dejando que se instale la desconfianza entre las paredes de nuestra casa y la algarabía a las puertas, con lobos con piel de cordero, dispuestos a crear confusión y llevándonos a caer en contradicciones y callejones sin salida. Creo que tenemos bastante historia a nuestras espaldas para sacudirnos el temor a no ser un partido de izquierdas, sobre todo viendo el ejército de Pancho Villa, que nos amenazó con el sorpasso y que está dispuesto a volver a intentarlo con tácticas de quintacolumnistas o introduciendo un caballo de Troya en el corazón del partido.

No me preocupa el momento actual del PSOE si sirve como experiencia vital y asumimos que sólo hay una manera de consolidar nuestra posición como grupo político: primero, tener un líder fuerte y bien coordinado con un Comité Federal que transmita  -con las sanas discrepancias de puertas adentro- una voz única; segundo reunir una militancia numerosa, unida y responsable a la hora del voto; y tercero construir una alternativa  de gobierno, seria y creíble, basada en la coherencia de ideas y actitudes que sirvan para dotar a España de un gobierno progresista.
Si conseguimos esto y dejamos de ser compañeros de viaje de revolucionarios de salón, populistas demagogos y politólogos iluminados, quizás el porvenir sea nuestro.

CODA: a estas horas, Iglesias Turrión, sigue lanzando a los cuatro vientos que él es el salvador de la gente y el PSOE se alía con la corrupción. No comprendo cómo mucha gente se ha dejado embaucar por un personaje tan peligroso. Al menos, cuando llegué el momento en que deje caer la careta,  yo estaré segura de estar en el lado adecuado.


jueves, 17 de marzo de 2016

Hacia la noche de los cuchillos largos


Cuando van a cumplirse tres meses desde las últimas elecciones generales, España sigue en estado de interinidad por lo que al Gobierno se refiere. Don Mariano, como buen gallego, sigue jugando a que no se note si sube o si baja la escalera e intentando esquivar como los tres monos –no oigo, no veo, no hablo- la ola de la corrupción que se le viene encima y poniendo hasta donde puede, piedrecitas en las ruedas de este viejo país, para evitar que se ponga en marcha si no es dirigido por él o por sus fieles. En esta ingente tarea de despropósitos se ha visto ayudado por el líder de Podemos, que tras intentar tomar el cielo por asalto y sufrir una borrachera electoral, está sumido en una resaca de tamaño sideral donde no se han evaporado los vapores de la tajada. Mezclar alcohol y pastillas es de suyo malo, pero mezclar votos y ambición de poder sin límites, trae como consecuencia una catástrofe democrática.

Iglesias Turrión aterrizó, desde la teoría de las aulas y las ondas catódicas, en la arena política como el Gran Hacedor de la nueva forma de hacer las cosas, líder del partido de la gente, insobornable e irreductible… Su programa electoral era y es puro humo, más propio de un charlatán de feria que de un líder político, más parecido al gurú de una secta que a un dirigente democrático, pero ha calado en muchas personas que como en otros momentos de la historia no quieren escuchar la verdad sino oír cantos de sirena que satisfagan sus deseos. Iglesias Turrión se pone a hablar de belleza y unidad y mucha gente se queda en estado catatónico. Y es que el líder podemita se maneja con suma habilidad, manipula y epata si es necesario, ya sea descamisado ante el rey, con frac en medio del artisteo, besando en la boca a un compañero diputado o descubriendo ante media España y parte de la otra, desde el atril del Congreso, una atracción sexual… Es un payaso, dirán algunos; yo afirmo que es un hombre peligroso, porque adora las cosas frívolas como si fueran importantes y considera las cosas importantes como una frivolidad. Es el tipo de persona que con el poder necesario tratará a la corbata y a la democracia de la misma manera: como algo absolutamente inútil.


Quizás por ello, Iglesias Turrión, haya empezado a considerar que es tiempo de romper con estorbos y ataduras. Subido en el caballo desbocado del éxito y la fama, le estorban los amigos -llámense círculos, aliados o compañeros de partido- tanto como los enemigos. En todo caso, en el asalto al poder total, da lo mismo hablar de conspiraciones que comenzar la noche de los cuchillos largos.

miércoles, 3 de febrero de 2016

Sobre déspotas ilustrados y revolucionarios de salón


Como historiadora, tengo eso que se llama deformación profesional y según y cómo que circunstancias sociales y políticas, soy propensa a los “déjà vu” o dicho en castellano de andar por casa, “esto me suena”.

Estos días, abrir los periódicos es una gozada, no por la situación postelectoral  que vive esta España mía, esta España nuestra, sino porque tengo ejemplos a montones, para demostrar a mi alumnado, que la Historia es un pasillo de ida y vuelta y que hay políticos que en cuanto la oposición les toca las gónadas, se ponen estupendos y lo mismo abrazan con entusiasmo el Despotismo Ilustrado que intentan montarte un Parlamento jacobino, eso sí, siempre enarbolando la bandera del electorado que les ha votado, al que tanto deben y que tanto quieren.

No es extraño que algunos grupos y los políticos que los forman se hagan un lío y confundan los votos con patentes de corso y se crean aquello que dijo Luis XIV, “el Estado soy yo”. Bien lo ha demostrado el PP a lo largo de los últimos cuatro años, pero también algunos grupos políticos –viejos y nuevos- que presumiendo de demócratas de pata negra, se quedan en aprendices de déspotas.

Si además el Estado queda reducido a una villa concejil, algún regidor con sus ediles a la cabeza, puede tener un subidón de Despotismo Ilustrado, reducir a la mínima expresión los espacios de información y debate, imponer por fas o por nefas su programa de gobierno, y sí acaso, consultar al pueblo soberano, pero poquito, en asambleas dirigidas, con las cartas marcadas y sonriendo bonachonamente mientras se piensa, “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, con gran algarabía de quienes para alcanzar el poder se llenaron la boca con eslóganes de paredes de cristal, que se han quedado en un muro que ni el de Berlín y cuyas promesas de consultas vecinales, como dice la canción “nunca fueron de verdad”. En todo caso, los conceyos abiertos, están muy bien cuando hay voluntad, capacidad y gestión eficaz; si eso se sustituye por una acusada egolatría y una inacción en el trabajo, la cosa se asemeja bastante a los Cuadernos de Quejas, estilo Antiguo Régimen, que nunca pasaron de papel mojado, de engañifa para mantener al pueblo entretenido y que no diera la lata. Hasta que el pueblo se harta, claro. En la villa concejil, munícipe hubo, que en cuanto llegó y se colgó la medalla corporativa, entró en estado de gracia y todavía no debe haberse enterado que la Casa de Ayuntamiento es la representación de toda la ciudadanía y no está al albur de caprichos, ocurrencias o vendettas. Sería curioso que quien prometiera el cargo con el espíritu del gorro frigio, tuviera que asumir el papel de marqués de  La Rochefoucauld,  aquél que le dijo a Luis XVI, cuando le preguntó si era una algarada, los ruidos que le habían despertado en su Palacio de Versalles, “no, Sire, es una revolución”. A tanto no se llegará en la villa concejil, pero las algaradas de su historia, y alguna con mimbres de insurrección, han sido notables.

Claro que los levantamientos tienen a veces su contrapartida. El otro día, sin ir más lejos los podemitas de Iglesias Turrión, protestaban por su lugar en la Cámara de Diputados, como fervorosos montañeses de la revolución francesa, unidos en torno a su líder, aferrados a la pureza republicana, obsesionados por la Razón y la Virtud, rodeando al Incorruptible y viendo enemigos del pueblo por todas partes; hablo claro de los partidarios de Robespierre, no de Iglesias Turrión… Pero ya se sabe cómo lían las cosas los demonios ociosos; se comienza por defender la res pública y se acaba por crear una Dictadura, cargarse a medio país y parir un Bonaparte.

Con estas cosas de la política hay que andarse con cuidado. Hay muchos aprendices de brujo que se ponen a mezclar sin ningún tipo de prevención todo tipo de cosas explosivas: listas de ocurrencias hechas según sople el viento y se levante el ingenioso de turno, presupuestos participativos que se parecen al anuncio que dice nuestros sueños no son baratos, sugerencias circulares de campamentos de verano… Y a quien intente poner un poco de sentido común y de espíritu práctico, se le ningunea, se le anula, se le ignora...Ya lo decía Montesquieu: no existe tiranía peor que la ejercida a la sombra de las leyes y con apariencia de justicia. Y un día vamos a tener un disgusto, porque el invento va a explotar y mientras reparamos los daños puede colarse cualquier iluminado que se auto corone como el amo del mundo.