Cuando van a cumplirse tres meses desde las últimas elecciones
generales, España sigue en estado de interinidad por lo que al Gobierno se
refiere. Don Mariano, como buen gallego, sigue jugando a que no se note si sube
o si baja la escalera e intentando esquivar como los tres monos –no oigo, no
veo, no hablo- la ola de la corrupción que se le viene encima y poniendo hasta
donde puede, piedrecitas en las ruedas de este viejo país, para evitar que se
ponga en marcha si no es dirigido por él o por sus fieles. En esta ingente
tarea de despropósitos se ha visto ayudado por el líder de Podemos, que tras intentar
tomar el cielo por asalto y sufrir una borrachera electoral, está sumido en una
resaca de tamaño sideral donde no se han evaporado los vapores de la tajada. Mezclar
alcohol y pastillas es de suyo malo, pero mezclar votos y ambición de poder sin
límites, trae como consecuencia una catástrofe democrática.
Iglesias Turrión aterrizó, desde la teoría de las
aulas y las ondas catódicas, en la arena política como el Gran Hacedor de la nueva
forma de hacer las cosas, líder del partido de la gente, insobornable e
irreductible… Su programa electoral era y es puro humo, más propio de un charlatán
de feria que de un líder político, más parecido al gurú de una secta que a un dirigente
democrático, pero ha calado en muchas personas que como en otros momentos de la
historia no quieren escuchar la verdad sino oír cantos de sirena que satisfagan
sus deseos. Iglesias Turrión se pone a hablar de belleza y unidad y mucha gente
se queda en estado catatónico. Y es que el líder podemita se maneja con suma
habilidad, manipula y epata si es
necesario, ya sea descamisado ante el rey, con frac en medio del artisteo,
besando en la boca a un compañero diputado o descubriendo ante media España y
parte de la otra, desde el atril del Congreso, una atracción sexual… Es un
payaso, dirán algunos; yo afirmo que es un hombre peligroso, porque adora las
cosas frívolas como si fueran importantes y considera las cosas importantes
como una frivolidad. Es el tipo de persona que con el poder necesario tratará a
la corbata y a la democracia de la misma manera: como algo absolutamente
inútil.
Quizás por ello, Iglesias Turrión, haya empezado a
considerar que es tiempo de romper con estorbos y ataduras. Subido en el
caballo desbocado del éxito y la fama, le estorban los amigos -llámense
círculos, aliados o compañeros de partido- tanto como los enemigos. En todo
caso, en el asalto al poder total, da lo mismo hablar de conspiraciones que
comenzar la noche de los cuchillos largos.