domingo, 12 de octubre de 2014

El socialismo asturiano después de Villa

Decía Tolstoi en su novela Ana Karenina que todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada. Muchas veces en política, los partidos funcionan como familias, y como en ellas, hay antepasados gloriosos y gloriosos calaveras; pero lo terrible es cuando se descubre que aquél en quien se confiaba, que presumía de ser como decimos en Asturias, un paisano, el puntal del grupo, es un traidor.

Lo que más duele del escándalo protagonizado por Fernández Villa, y de lo que pueda derivarse del mismo, es la puñalada trapera que ha metido a todas las Cuencas, la burla a los mineros que le apoyaron y veían en él un referente moral de la lucha obrera, la mancha de la deshonra sobre quienes ejercen y son honrados socialistas. Quizás los mismos –todo hay que decirlo- no supieron o no pudieron, tomar medidas contra quien se creyó un emperador rodeado de una guardia pretoriana que le adulaba, le obedecía y se beneficiaba de su sombra, sin hacerle la más mínima crítica porque como dijo Cicerón, la verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.

Quizás sea este el momento para que la familia socialista asturiana, en la encrucijada que se halla, medite sobre el camino que debe tomar; a veces un golpe terrible sirve para dar un giro a la vida que se llevaba y aprender de los errores y aunque ahora parezca extraño, con la que está cayendo, ser referente a nivel nacional. El socialismo asturiano d.V., tiene que encabezar el rearme moral de este país. Por encima del creciente vocerío populista que nos acosa, por encima de la búsqueda de ideas peregrinas y la carrera por convertirse en la persona más popular, a la manera del American way of life, con el remedo del joven Kennedy, por encima del deseo insaciable de parcelar y repartir cuotas de poder, hay que volver a los orígenes de quienes fueron el pan y la sal de este partido, porque los hombres pasan pero los ideales no y, con ellos, hay que ser coherentes, primar los intereses generales antes que los particulares, no equivocar la trinchera y estar con quienes luchan por su dignidad y por su futuro. Eso o cambiar de siglas, de ideales y de trinchera.

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